"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

lunes, 29 de agosto de 2011

Viviendo al aire libre


En este asunto de viajar y andar rodando por aquí y por allá, recorriendo kilómetros, cargando la vista de nuevos paisajes y el corazón de nuevos amigos y sonrisas, hay cosas que no se pueden olvidar.
Cosas que son esenciales y que conviene incluir siempre dentro de tu equipo, te ayudan a resolver problemitas y otras que son pequeñas comodidades que te harán las cosas más fáciles.
La ropa:
La mochila será tu casa por el tiempo que estés en la ruta o el camino, de manera que tienes que seleccionar la ropa que llevas, a fin de descartar el peso innecesario que sufrirá tu espalda durante la marcha.
Como yo soy un viajero con la idea de ir a todos lados, debo planear el hecho de pasar por diversas condiciones meteorològicas y diferentes tipos de clima y situaciones tèrmicas, que van desde el sofocante calor de la selva, hasta el frìo extremo de una montaña.
Por este motivo, la vestimenta que cargo es mas o menos esta:
2 camisetas tèrmicas de manga corta y una larga
2 calzas cortas de ciclismo con refuerzo y una larga (para marchar nunca utilizo calzoncillos porque lastiman)
2 pantalones desmontables
1 pantalon corto para correr y nadar
1 abrigo de polar
2 camperas de gore-tex ( de las fina, no parka)
2 remeras de calle ( el algodòn es bueno para dormir, no para marchar)
1 par de zapatillas para correr, extra de repuesto ( para marchar siempre llevo puesto mi calzado de trekking o unas botas militares que son buenas)
1 gorro de lana (tengo uno con orejeras como usan en Bolivia)
Lo ideal es que toda la ropa sea de secado ràpido, porque no sabes si el tendedero serà la tapa de tu mochila cuando estès caminando.
Tambièn llevo mi kit de aseo personal en una bolsa impermeable y una toalla de mano, es chica y seca rapido.
Siempre es bueno impermeabilizar toda la ropa dentro de bolsas de residuos grandes. Son baratas, fáciles de llevar y te ayudaran a estar siempre con ropa seca aunque te tires a un río con mochila y todo.

La carpa:
Como el caracol lleva su casa a cuestas, el viajero independiente también debe poder vivir en cualquier sitio y dormir donde sea. Si tu presupuesto no te permite descansar en la cama de algún hostal o albergue, tienes que tener tu casa portátil propia.
Yo siempre llevo una carpa tipo Iglú marca Doite para tres personas. Es bueno tener algo de espacio extra para acomodarte mejor con la mochila, o quien sabe si algún buen día aparece una linda compañía femenina.
Se debe llevar tambièn una buena bolsa de dormir. Te sirve para darte calor en las noches frìas o para dormir sobre ella en las zonas tropicales.
En las sierras del Perù y en la patagonia Argentina, utilicè una bolsa tèmica para  -0 grados, de esas que proveen en la Marina. Salvò mi espalda de varias pulmonìas y todavìa viaja conmigo.
Lo mas importante del equipo de dormir es la colchoneta. Aisla el cuerpo de la humedad directa del suelo y evita que te congeles o te agarres un buen resfrìo. Recordà que lo importante es aislar el cuerpo del suelo y no taparte con 10 frazadas.
Cuando viajé por la selva amazónica, dormí en una hamaca que coseguí con unos nativos. fue un placer en esa zona tropical pero debí buscarme un mosquitero para que no me devoren los insectos. El único problema fue cuando me cayó la lluvia encima, sentí lo que sienten los murciélagos.

La cocina:
Comer en el campamento es una delicia, si se conocen las técnicas adecuadas para hacerlo mas confortable.
En mi mochila llevo siempre un recipiente calentador y dos o tres hornillos hechos con latas de aluminio de cerveza o gaseosa. Fuè un regalo de un soldado israelì que conocì viajando por la Quebrada de Humahuaca. El mismo me enseñò a construirlas y son dispositivos muy livianos, fàciles de transportar, baratos y sobre todo, no dañan el medio ambiente. Se alimentan con un poquito de alcohol etìlico, del que llevàs en el botiquìn y no produce humo. El ejèrcito de Israel las utiliza en sus campañas militares para no delatar la posiciòn.
Tengo una ollita de aluminio con la que cocino y de ella pueden comer dos personas o puedo repetir dos veces!! Nunca falta el arroz y el fideo seco, que son fuentes de hidràtos de carbono y producen energìa para marchar, nadar o escalar.
Para obtener las proteìnas que alimentan mis mùsculos, compro carne en los mercados de los pueblos, siempre y cuando se vea fresca, roja y huela bien. De lo contrario, las latas de conserva con sardinas y algunos tomates con cebolla o carne enlatada, le dan sabor a las comidas del camino!!
Se debe tener en cuenta que la parte mas importante es la hidratación, por lo que el agua debe ser siempre pura y cristalina. Lo ideal es gastar un poquito mas y comprar agua mineral embotellada y sellada. Yo siempre llevo pastillas de cloro en la mochila por las dudas.

Mis comidas raras:
En las regiones exóticas donde me tocó estar, pude saborear gustos autóctonos de especies y alimentos desconocidos para mis gustos. Jamás se debe despreciar la hospitalidad de los nativos, ya que lo toman como una ofensa.
Las cosas mas extrañas raras que he comido fueron:
1- SURI (gusano blanco que crece en las raíces de los árboles en la selva amazónica del Perú. Tienen muchas proteìnas)
2- SERPIENTE (Amazonas)
3- CHICHARRON DE LAGARTO (Iquitos, Perù)
4-CHICHA MORADA ( Una bebida nativa hecha con el fermento del maíz y la saliva, en Bolivia)
5-PALOMA (Patagonia argentina)

No puede faltar el botiquín: Aunque uno nunca espera utilizarlo, en ocasiones pueden ser la solución a un dolor de estómago, a una diarrea o a algún raspón o dolor muscular.
Algunos pequeños elementos que pueden ser tu salvación cuando menos lo esperas: Entre ellas es importante cargar en la mochila abrazaderas plásticas o precintos de diferentes tamaños, parches para la colchoneta, e imprescindible, una navaja multiusos o un buen cuchillo de monte, el cual, utilizado correctamente y con algo de ingenio, también te puede servir de machete.
La linterna frontal no debe faltar en el equipo, de esas que van en la cabeza tipo "minero". Realmente muy pocas veces caminé sin luz, pero al instalar los campamentos casi siempre la noche llegaba y faltaban cosas por hacer.
Para saber que tanto has recorrido, es importante llevar un buen mapa actualizado de la zona, o una carta topogràfica serìa lo ideal. Tu brùjula de campo es otro elemento vital para mantenerte orientado. Yo utilizo una brùjula marca RECTA tipo DP2 del ejèrcito suizo, es la mejor, mas liviana y màs pràctica!!
En uno de mi últimos viajes remé en un kayak hasta una isla en el río de La Plata. Fueron cuatro días de travesía y llevamos un GPS que nos suministró una información mas detallada del recorrido y que, junto con unos buenos mapas instalados en la proa del bote, fueron las herramientas fundamentales para elegir la mejor ruta.
En cualquier viaje es importante también un cuaderno o libreta para anotar el diario, sensaciones, vivencias y el contacto con todas las personas que conocemos.
En mi viaje por Bolivia y Perù, llevé una libreta de anotaciones siempre a mano, donde fui registrando las sensaciones directas del camino por donde pasè. Rostros, paisajes, clima, terreno, medios de transporte, comidas y lugares de descanso. Toda vez que paraba o podìa viajar sentado, me ponìa a escribir. Lo que uno siente en el preciso momento es lo que vale!
La cámara fotográfica no debe faltar jamás en ningún viaje, y menos en una travesía de aventura.
Como en ocasiones se quiere cambiar la monotonía de un recorrido por sonidos musicales, vale la pena llevar un reproductor MP3 con tu mùsica favorita. Yo, sin duda elijo el blues.
Como muchas de estas cosas necesitan baterías. Lo mejor es llevarlas recargables de tal forma que ayudamos al medio ambiente al no dejar estos contaminantes en el camino.
También llevo en mi mochila, una linea de  nylon y unos anzuelos, que sólo utilicé una vez en la selva del Amazonas porque la pesca me aburre, pero con el que conseguí mi cena con una buena cantidad de pescados.
Para lugares donde el agua es muy clara, llevo unas gafas de natación que me permitan ver algo de ese gran mundo subacuático.
Por último, la compañía de un buen libro. En noches de soledad, en medio de un desierto, una playa o el bosque, es una delicia contar con un buen libro para tener algo nuevo en que pensar, aprender o sentir.

Los pasajeros del "Santarém"


(Un viaje en barco rumbo a Leticia, Colombia, en el año 2004)

Mis manos se enrojecían al ajustar el nudo de la hamaca. 
Repasaba mentalmente la lista de aquellas pequeñas cosas que no podía olvidarme: un recipiente para llevar el agua, pastillas contra la malaria, mapas y libros para los momentos de ocio, mi cuchillo y la cámara fotográfica. 
Una tibia gota de transpiración rodó por mi frente y cayó sobre mi brazo. Las expectativas crecían en igual proporción que los nervios. Tiré por última vez de la soga y decidí ir a caminar para combatir la ansiedad que me sofocaba. Faltaban casi dos horas para zarpar y el barco permanecía vacío. Apenas un frágil rayo de sol se adueñaba de uno de los rincones.
Había dejado atrás, aunque sea por unos días, la vida a la intemperie y los peligros de la frontera. Disfrutaba de mi período de descanso y decidí viajar al este, buscando un oriente desconocido, exótico, casi clandestino. Había dejado las armas en el campamento y por un momento me sentí desnudo, inseguro en aquel lugar tan luminoso como sombrío. Pero pronto me serené.
Cambiar mi uniforme camuflado por ropas de civil, hacía que me viera como un turista, uno de esos tipos a los que todo les sorprende, y que van por el mundo sacando fotos y haciendo preguntas estúpidas en un difícil castellano. Ese no era un lugar muy conveniente para ser soldado, por lo que era necesario pasar desapercibido.
La noche anterior había intentado aplacar mi soledad en un bar oscuro en las orillas del mercado flotante. El sonido de cumbias y huaynos flotaba en el aire endulzando el ambiente junto a la atención esmerada de mujeres semidesnudas de piel tostada y grandes pechos. El olor a cerveza barata penetraba en el lugar y me sentí enfermo, quizás por el efecto de las pastillas de mefloquina que había tomado en la tarde, con el fin de evitar la malaria.  
Sentado en la barra de aquel burdel perdido, contemplé y aprendí acerca de esa realidad que me rodeaba. La noche en el trópico cae rápido, y la escasez de energía que asola a esos lugares le da a esa transición abrupta un cariz amenazador. El callejón de al lado emitía el resplandor azulado de televisores alimentados por generadores portátiles. Era la hora mágica en el mercado flotante de Belén.
Cuando regresé al dormitorio del barco, la serenidad se había extinguido: una infinidad de hamacas encimadas entre sí habían conquistado el lugar. Pendían en anárquicas hileras. No tuve más opción que colgar la mía más arriba por lo que inevitablemente dormiría más cerca del techo que del piso. Mientras los viajeros se instalaban, afuera se despedía gris, el puerto de Iquitos, capital del departamento de Loreto en el corazón de la amazonia peruana que comparte frontera con Leticia en Colombia. Unos perros escuálidos husmeaban en el barro, mientras un hombre descalzo con sus pantalones arremangados exponía una variedad de pescados. Al lado, una mujer de paso cansino cargaba frutas de brillantes colores. De pronto, todo comenzó a hacerse más pequeño hasta que desapareció: el espeso río Amazonas y la selva acapararon el cuadro. Ambos dominarán el mundo durante dos días hasta llegar a Colombia.
Desde la cubierta del barco clavé la mirada en el agua, esperando que se asomara algún delfín rosado que el monstruoso manantial no quiso regalarme. Resolví volver hasta mi hamaca y me recosté para comprobar si soportaba mi peso. De a cuotas, lentamente, descendí hasta casi llegar al cuerpo de un escocés que descansaba debajo mío. Evité la colisión con un salto a tiempo. Un joven de una poblada barba se acercó y con una simpleza exasperante amarró el nudo flojo de mi hamaca . Con él compartiría la mayor parte de mi estadía en el barco. Supe que había nacido en Chile pero vivía en Brasil, estudiaba Teología y se encaminaba a convertirse en sacerdote. Viajaba hacia unas comunidades de ribeiriños, pescadores pobres que viven en la orilla del río en medio de la frondosa e inmensa selva. Una templada indignación se infiltraba en sus palabras cuando se refería a las empresas que la estaban deforestando, explotando ilimitadamente sus recursos en aras de un progreso que nunca llegó. Escuché el grito desaforado de una selva moribunda. “A muchos pobladores las mismas empresas les pagan para callarlos y así destruyen todo”, escupió con una creciente bronca. Entendí que compartíamos una misma visión sobre el mundo a pesar de que nos alejaba su fe en la religión, y mi condición de guerrero.
Unas horas después de partir, nos detuvimos en un paraje orillero. No sería la única vez. Los barcos que transitan por el Amazonas conectan minúsculos poblados que se esconden en la selva. Además constituyen el único medio para acercar provisiones a estos lugares remotos. Traen consigo carnes, harina, legumbres, arroz y hasta medicinas. También algunos habitantes de estos pagos responden a la llamada de la sirena del barco acercándose para vender frutas y verduras.
El calor expandía sus lenguas de fuego y machacaba nuestros cuerpos; los mosquitos se burlaban de cuanto repelente se podía usar así que huí, esquivando hamacas y cuerpos, hacia el comedor para almorzar. Una olla humeante repleta de arroz con pollo seducía a los comensales. Comíamos en grupos de quince personas todos juntos en una mesa larga. Éramos anónimos y una numerosa familia a la vez. En el barco, compartíamos nuestras vidas, se mezclaban experiencias y se escuchaban secretos prohibidos. Nadie juzgaba. Se podía palpar la libertad.
A la noche, la cubierta se disfrazaba de cantina para encender un pasajero pero intenso festejo. Fumé un habano de tabaco puro que tosieron mis pulmones vírgenes. Entre gritos y risas, un colombiano moreno y un brasileño que hablaba castellano me enseñaron un juego que nunca aprendí y después de un rato quedamos solo el colombiano y yo. Se llamaba José y era la décima vez que viajaba en el barco. Se había casado hacía unos meses con una socióloga a la que veía poco por sus viajes. Después de nutrirse con un nuevo vaso de ron reveló que viajaba para investigar nuevas rutas para el tráfico de drogas. Decía que con la época de lluvias el río crecía e inundaba parte de la selva. Entonces las lanchas podían esconderse en la vegetación cuando las persigue la policía. 
“Te cuento esto porque cuando te bajes del barco no nos vemos más”, admitió.
El tiempo se congeló en un silencio insoportable. No supe como sostener la mirada ni fabricar una respuesta. Por un instante quise fugarme pero el misterio sometió a todo lo demás y seguí escuchando. Entonces, contó que uno de sus hermanos estaba preso. El otro había salido de la cárcel recientemente. José estaba cansado, quería parar. Anhelaba encontrar otra vida para su esposa y su hijo recién nacido.
El sonido suave de una calimba me despertó temprano. Se trata de un instrumento que consiste en una pequeña caja de resonancia que posee una fila de teclas de metal que al ser pulsadas producen un delicado sonido. Su dueño era un joven belga espigado que vagaba por el mundo sin una orientación pronosticada. Contaba que le repugnaba la opaca vida de las urbes y decidió, entonces, hacer de su vida un viaje perpetuo: hacía más de quince años que andaba errante por el mundo. Llevaba pocas cosas, una esmirriada mochila era todo su capital. Había que esforzarse para escuchar su voz, su presencia apaciguaba la atmósfera. Viajaba con dos suizos que conoció en Bolivia. Ellos eran dueños de una fábrica de chocolates, él un desposeído vagabundo solitario, y América Latina los había enredado.Mientras los suizos sacaban fotos repetitivamente, él me explicaba que su cámara eran sus ojos; le aterraba interrumpir la fragilidad de cada instante vivido.
Unas nubes grises envolvieron al cielo y el atardecer quedó atrapado entre la lluvia y el sol. El barco aminoró la velocidad hasta que los motores se apagaron. Flotábamos en silencio. El brasilero que me abrazaba la noche anterior, subió a una precaria lancha y se alejó del barco. No se veía ningún asentamiento cerca pero él y su lancha se encaminaban hacia la selva que en un momento los engulló. Los motores del barco volvieron a encenderse. Un chaparrón despidió el día y ahora navegábamos en la oscuridad. Aquella noche no hubo bailes en la cubierta. Un control de la policía naval interceptó el barco y durante casi dos horas se dispusieron a revisar minuciosamente a cada uno de los que viajábamos. Eran solo dos policías aunque sus gritos multiplicaban su presencia. Pedían pasaportes y despertaban abruptamente a todo el que dormía. Pude ver como a uno de los pasajeros le sacaban todo lo que llevaba en su mochila y se lo dejaban tirado, desparramado en el suelo. Tanta hostilidad parecía demasiado. Cuando terminó la inspección, volvió la calma. El suave vaivén de la hamaca hipnotizó los cuerpos y atrajo el sueño a la embarcación.
El cansancio de todo el viaje es ineludible durante el último día. El tramo final arroja el aroma de una despedida singular. Habíamos sido seres extraños en su pura cotidianeidad. Mundos alejados y opuestos se habían unido y ahora volvían a separarse pero mucho más enriquecidos que antes. Algunos esperaban ansiosos el reencuentro con su gente, otros buscaban alcanzar una nueva vida y también estabamos aquellos inquietos, ávidos de nuevas andanzas. Afuera comenzaban a dibujarse las casuchas de Leticia que yacía encerrada en la selva. El aire hervía y los mosquitos no dosificaban sus ataques.
Los motores pararon nuevamente. Se abría para mí una nueva ruta, nacían rumbos dispares por los que deambulaban los viajeros que habían compartido por un momento sus vidas. Al alejarme del puerto lentamente, veía el barco como un gran elefante blanco que echaba humo negro por su trompa con forma de chimenea. Descansaba sobre las aguas marrones del río, a la espera de nuevas historias para cobijar en su interior.

domingo, 14 de agosto de 2011

Ciudad de Cusco, Perú



Llegamos a Cusco bien temprano en la mañana, a eso de las seis y veinte.
Veníamos de la ciudad de Puno en un colectivo barato y destartalado. Un viaje incomodo y de sueño cortado. 
Bajamos en la estación de buses y hacía fróo, Otra vez ese maldito frío serrano que se metía por todos lados. Me cubrí la cabeza con un gorro de lana ridículo, de esos con orejeras y un pompón color marrón en la punta.. Era mi aliado para mantener el calor corporal, o por lo menos para que no se me escape del todo a través de mi cabeza rapada. Allí entendí porque lo usaban los lugareños.
Tenìa hambre. Comí un sandwich de pollo y un café en el desayuno. Los rayos del sol fueron calentando lentamente a medida que se asomaban por el oriente, y entonces caminé por los alrededores buscando algún transporte. Me acompañaba Chicho. 
Celeste y Federico esperaban en un anden.
Cargamos las mochilas en un taxi amarillo y viajamos hacia lo alto de la ciudad en busca de un hospedaje que conseguimos en la terminal.
Me sentía un poco cansado y aturdido por el apunamiento que traía desde Bolivia, pero pronto me despejé al ir observando el contorno de esa magnífica y misteriosa cuidad imperial.
Antiguamente Cusco fue la capital del imperio inca, y una de las ciudades mas importantes del Virreinato del Perù. Declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1983. También llamada "la Roma de América", actualmente es el mayor destino turístico del país andino.
Dos leyendas incaicas atribuyen su fundación a su primer jefe de estado, un personaje legendario llamado Manco Capac.En ambas se afirma que el lugar fue revelado por el dios del sol "Inti" a los fundadores después de una peregrinación iniciada al sur del valle sagrado de los incas.
Los conquistadores españoles supieron desde su llegada, que su meta era tomar la ciudad del Cuzco, capital del imperio, para asì poder dominar mas facilmente a esa raza guerrera e indomable.
La cuidad esta rodeada por una antigua muralla militar inca de defensa llamada SACSAYHUAMAN, que era el bastiòn desde donde luchaban los nativos para defender de los ataques la ciudalela imperial.
Llegamos a las puertas de un hostal muy bonito y limpio, llamado "Chincana Huasi", que en quechua significa "la casa escondida".
Y estaba escondida nomas, bien apartada del centro y del bullicio de la colorida plaza de armas, igual que esas poblaciones serranas y alejadas de la capital limeña, que veía desde la ventanilla cuando viajaba para acá, abandonadas a su suerte en medio de la pobreza y el olvido, donde los campesinos mueren, por el hambre de la tierra, por la bala del ejército o el fusil de la guerrilla.
El lugar era ideal para reparar fuerzas perdidas. Necesitaba descanso. Mi cuerpo y mi cabeza pedìan una cama, pero terminè haciendole caso a mis piernas y salì, càmara en mano, mochilita con agua al hombro y libreta apuntador bajo el brazo, a robar imàgenes y buscar historias para mis crònicas del viaje.
Me movìan sensaciones profundas, màs allà del simple ojo de un viajero. Querìa ver màs de lo que mostraban los folletos de informaciòn turìstica. Tenìa ganas de saber lo que pasò en la sierra hace 15 0 20 años.
La reciente historia polìtica del Perù me atrapaba y me obligaba a investigar, a costas del peligro de preguntar. No importaba, sòlo querìa saber la verdad de los pobres y los mudos.
Asì conocì a Ramòn. Simplemente Ramòn, el taxista sin licencia, sin apellido, y sin rostro que mostrar en una foto.
El Ramòn que conocì era el Perù representado en una sola persona, el Perù que calla, que aguanta y sonrìe. Era el Ramòn del miedo,  un anònimo, como esos miles que caminan por las calles o deambulan por las plazas con una historia desconocida que contar. Pero se callan, y nosotros no lo sabemos.
Ramòn es un sobreviviente de la guerra que se librò hace poco tiempo ahì, en esa parte de la sierra peruana.
La guerra fuè un conflicto entre hermanos. Una guerra de pobres contra pobres, de soldados contra campesinos y aborìgenes, que trajo mas pobreza a la miseria, y un desarrollo esperado que nunca llegò. Y lo siguen esperando, y asì esperando mueren.
Cusco late bajo un manto de aparente tranquilidad y alegrìa, en el bullicio de extranjeros, que llegan a la ciudad en busca de aventuras y descubrimientos, rumbo al  milenario Machu Picchu. Pero bajo la algarabìa de los bares que nunca duermen y de las fiestas en los lujosos hoteles sòlo reservados a los gringos con billeteras de dòlares, existe una realidad cruda y dolorosa, de una herida social que todavìa sangra y que nunca cicatrizò.
El grupo comunista SENDERO LUMINOSO, es una organizaciòn guerrillera de ideologìa maoìsta, que segùn el gobierno peruano, todavìa sigue empeñado en asolar los parajes remotos del Perù profundo, allà donde las quebradas y las sierras tapizadas de selva quedan abandonadas a su suerte.
Ampliamente condenado por su "brutalidad", que, al decir de los grandes poderosos incluye violencia aplicada contra campesinos, dirigentes sindicales, autoridades elegidas popularmente y la población civil en general, es considerada una organización terrorista por el gobierno del Perú.
El grupo comunista fue fundado a finales de la década de 1960, por el entonces profesor de filosofía Abimael Guzmán, que daba càtedra en la Universidad Nacional san Cristòbal de Huamanga de Ayacucho (referido por sus seguidores con el pseudónimo de Presidente Gonzalo), cuyas enseñanzas crearon los fundamentos para la doctrina maoísta de sus militantes. Es una organización que se separó del Partido Comunista del Perú - Bandera Roja.
La meta de Sendero Luminoso es reemplazar las instituciones peruanas, que consideran burguesas, por un régimen revolucionario campesino comunista, presumiblemente iniciándose a través del concepto maoísta de la Nueva Democracia.
En 1980, desató el conflicto armado interno del cual participó como principal agente hasta la captura de su líder, Abimael Guzmán Reynoso en 1992, tras lo cual sólo ha tenido actuaciones esporádicas. La ideología y tácticas de Sendero Luminoso han tenido influencia sobre grupos insurgentes de corte maoísta como el Partido Comunista de Nepal y organizaciones afiliadas al Movimiento Revolucionario Internacional.
Ramòn està sentado en la punta de la barra de un cafè, casi cayendose de la silla. Masca hojas de coca y mira desconfiado, porque aquì,  "de eso no se habla.."
Cuenta que, "yo era un campesino, hace unos años, en el pueblito de Andahuailas. Una noche, cuando todos dermìan, llegò Sendero a reclutar combatientes para la guerrilla. Yo no quise ir, sabes?, pero mas tarde el ejèrcito me acusò de colaborar con los terrucos y les robò a mi familia las pocas vacas que tenìamos. Entonces, me fuì a la sierra con un fusil y vestido de guerrillero. Esos "concha de su madre"... pura mierda eran los soldados. Abusaban nomàs..."
"Alla se vivìa maaaal, bastante mal se vivìa. Comìamos de los tarros que dejaban las patrullas del ejèrcito y en las noches montàbamos emboscadas en los caminos y las rutas. Se mataba bastaaaaante. Entràbamos en los puestos de frente nomàs. Esa "vaina" no era buena compadre..."
Una patrulla policial se detiene frente al bar y cuando me doy cuenta, Ramòn desaparece.
Asì como vino se fuè, anònimo, invisible, clandestino.
Me hecho a caminar por las calles coloniales de piedra pateando una latita de cerveza achatada.
"Cusqueña", se lee en un extremo. Me quedo con una sensaciòn de hambre por saber màs sobre esta historia, tan misteriosa como el misterio mismo de esta gente y de su cultura. Nadie habla ya de Sendero, ni en Cusco ni en Perù. Todos quieren olvidar, pero nadie puede hacerlo.
Los Incas supieron hacer florecer un imperio tan poderoso, que todavìa se refleja en los muros mudos de piedra que dominan todas las construcciònes de la ciudad.
Cuando los conquistadores españoles entraron hace 5 siglos, triunfantes en la fortaleza, de la mano de Francisco de Pizarro, quisieron demoler la ciudad hasta sus cimientos. El muro inca era tan duro, que jamàs lograron su objetivo. En vez de eso, construyeron una nueva pared española blanqueada con cal, sobre las ruinas de los grandes bloques de piedra de la cultura aborìgen. Hoy en dìa, los lugareños dicen que los muros tienen dos dueños. Desde el suelo hasta la mitad es el muro INCA, y desde la mitad hacia arriba es el muro de los españoles, el muro de los "Incapaces".
Me resigno a cerrar la  historia "Sendero" y sigo paseando y aprendiendo sobre la cultura nativa del Inca. 
Una vieja sentada en los escalones de una iglesia, se tapa la lluvia con un plástico gigante. Su rostro surcado de profundas arrugas es un reflejo del hambre y de la mano que pide monedas. A su lado, los únicos ojos que me apuntan son los de un perrito pequeño y empapado que tiembla de frío bajo el plástico agujereado. Sólo puedo contemplar la escena en silencio.El animal llora, y la vieja ni siquiera tiene fuerzas para acariciar sus pelos empapados... (La pucha digo!!, mirà si serà fiel el perro, hasta llora tu hambre cuando no te dan las fuerzas...)
En la vereda del frente, cruzando la calle empedrada, unos cuantos muchachitos de piel rosada y pelos rubios desprolijos, entran gritando a un local de MC DONALDS. Toman cerveza, patean basureros, gritan y cantan en inglès. Por sus camisetas y su tono deben ser hinchas del UNITED, esos a los que la prensa llama "hooligans". Ni siquiera miran al costado, ignorando realidades mudas como la de las escaleras de la iglesia.
Asì tambièn ignoran los turistas, las realidades que se viven en èsta comarca de la tierra, en el "nuevo mundo" latinoamericano. Esta parte del planeta fuè y sigue siendo, 500 años despuès, la azucarera de la vieja Europa, endulzando las tazas de te britànico de las 5 en punto y el cafè saqueado de las selvas, en las mañanas neblinosas de New York.
Y aquì... aquì queda el suelo inùtil, producto del monocultivo de la caña, traìda en un barco por los españoles. Aquì queda Cuba y Haiti, la Colombia desangrada y el Perù seco de todo, hasta el guano y el salitre se llevaron. Aquì se quedan los fantasmas, los muertos que viven mandigando las migajas de los paìses poderosos, para poder extender un poquito mas, la agonìa de sus vidas.
Viendo todo esto se comprende porque Latinoamerica es un hervidero de revoluciones, un caldo de cultivo de la guerrilla, un pesebre de espinas donde nacen y padecen los aborìgenes y los campesinos. Y todavìa les dicen "dueños de la tierra"...
Los americanos del norte hicieron primero los paìses pobres y luego inventaron la ayuda, que no es tal, sino una especulaciòn para seguir sumiendonos en la pobreza.
Me doy cuenta que no es necesario saber solamente de "sendero". La verdad està escrita en las paredes, en las callecitas, en los puebluchos y en los barrios, en las caras de los niños , en las arrugas de los viejos, en los campos secos y en esta plaza del Cusco.
En el Perù, como en muchos otros lugares de la America aborìgen, se producen los impunes asesinatos de la miseria. De cada 10 000 niños que nacen en este paìs, 1200 mueren antes de los cuatro años, y de los que no mueren, casi todos quedan condenados a una vida sin escuelas ni zapatos, ni leche ni domingos ni juguetes.
El sol va acabando su viaje hacia el otro horizonte. De nuevo el frìo me hace temblar los huesos y hundo mi cabeza en el ridìculo gorro de lana con orejeras.
Reflexiono sobre las imàgenes que descubrì este dìa, mientras contemplo un pequeño monumento que recuerda al indio TUPAC AMARU, en un rinconcito apartado de la plaza de armas.
Es una buena historia la de los Incas. Después de todo, ellos también fueron revolucionarios.




Una frontera en el Perú


Caía la tarde.Habíamos dejado atrás la aduana boliviana y nos dirigíamos rumbo a la frontera del Perú.
Vi la hora en mi reloj, eran las 18 y 30. Nos esperaban 10 kilómetros desde el pueblo boliviano de Copacabana hasta el límite peruano, y el frío nuevamente se sentía con las últimas luces del día, mientras iniciamos la marcha a pie rumbo a la localidad fronteriza de Kasani. 
Ingresamos caminando a un nuevo país. Trámites de migraciones, revuelo de viajeros, algún ladronzuelo inoportuno que aprovecha el desorden para hacerse de un botín. 
Ya estoy nuevamente en el Perú. Siete años después regreso a estas tierras pero
ahora mi misión es otra. Ya no llevo un fusil entre las manos ni municiones para la ametralladora en la mochila. Ahora mi arma es una cámara fotográfica Canon y en la mochila llevo agua, una carpa, mapas, algo de ropa y un cuchillo que utilizo de herramienta para usos diversos. 
Ahora soy un periodista freelance, un cronista libre, y un joven dispuesto a contar la historia de estos caminos invisibles de la América Latina. Pero igual sigo siendo un aventurero, un viajero con espíritu de soldado.
Hay quienes dicen que esta parte del Perú es pintoresca y tranquila. En mi opiniòn, estos parajes son desolados, àridos y frìos. El paisaje de esta puna pelada y ventosa me produce un sentimiento de nostalgia y me dan ganas de seguir viajando hacia el norte. Quiero salir de este lugar.
Hasta hace poco tiempo, viajar por estos parajes era peligroso e incierto. La sierra peruana estaba dominada por células rebeldes y grupos guerrilleros armados bajo el nombre de "sendero luminoso", una guerrilla comunista de línea marxista-leninista que asoló el país a lo largo de casi 20 años en una lucha sangrienta y brutal, con el objetivo de ganar el gobierno del Perú e instaurar el régimen comunista. Comenzó como una lucha de los pobres contra los ricos, de los campesinos y nativos contra la opresión de los señores terratenientes de la capital; pero terminó siendo un conflicto de pobres contra pobres  y una lucha estéril en las sierras, en las calles y en las selvas. A lo largo y ancho del país se respiraba inseguridad y desolación.
Ahora, ese tiempo ya pasó. El viajero puede disfrutar de la calidez de estas gentes y de la naturaleza árida de esta ancestral región.
"Bienvenidos al Perú", dice un cartel. Ahora sigo por el camino del Inca, rumbo a Cusco.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Mundos perdidos: los Aymara


Viajando por la región andina de Bolivia, al noroeste en la frontera con Perú, más precisamente en la isla del sol del Lago Titicaca, descubrí una comunidad nativa que dio origen del glorioso imperio INCA.
Luego de una noche en un hostal del pueblito costero de Copacabana, embarqué en una lancha rumbo a la isla del sol.
Según cuenta la leyenda, en esta isla del Titicaca, existió una civilización que se hundió bajo las aguas luego de una guerra entre el sol y la luna.
Un príncipe nativo llamado Manco Capac, intercedió ante el dios del sol y la madre tierra, y así nació la civilización Inca.
Al llegar a la isla, luego de dos horas de navegación en el techo de la lancha, me recibe el muelle de una playa desierta y rodeada por imponentes montañas con terrazas de cultivos.
Siento que llegué a una especie de paraíso terrenal. Los cielos azules y diáfanos presentan algunas nubes con formas de lana de oveja, blancas como la arena de la playa. Es un lugar de belleza surrealista.
Los Incas construian terrazas en las laderas para que sus cultivos fueran bendecidos por el sol. Ellos creían que si los cultivos estaban mas altos en la montaña, serían más aceptados por dios. Por eso las terrazas acarician las nubes.

Los Aymaras son el pueblo del cual se iniciaron los Incas, dedicado al pastoreo y a la agricultura usando técnicas ancestrales de cultivo. Tienen una economía complementaria, ya que los que viven en el altiplano poseen abundantes rebaños y escasos cultivos, mientras que los que lo hacen en la precordillera producen bastantes verduras frutas y semillas gracias al eficaz uso del suelo, mediante las tradicionales terrazas.

Estos pueblos habitan, traspasando las fronteras impuestas por las naciones, desde las orillas del lago Titicaca y la cordillera de los Andes, hasta el noreste argentino.
Estoy en un pueblito aislado, solitario y profundamente hermoso. existe un silencio profundo, sólo roto por el canto de los pájaros, el sonido del viento y la melodía de una quena ejecutada por un nativo que rebota en las montañas.
Aquí no hay autos, semáforos ni policías. La violencia pareciera ser cosa ajena de otro mundo. Animales de granja caminan libremente por las callecitas de piedra entre las casas de adobe y techo de paja. Un cerdito rosado husmea entre mi mochila mientras un burro simpático como de mi mano. Núnca vi un lugar como este.
Los únicos habitantes de este lugar son aborígenes de la etnia Wiracocha, viajeros hippies y mochileros itinerantes como yo.
Los aborígenes son los verdaderos dueños de estas tierras. Siento que soy un visitante privilegiado. Me pongo en la piel del antropólogo Malinowsky, cuando observó por primera vez a los nativos del pacífico occidental. Estoy en un mundo desconocido.





La noche me sorprende en la playa desierta. Armo la carpa a la luz de la luna que pronto se cubre de nubes dando paso a una violenta tormenta cordillerana. Al amanecer busco un nuevo refugio para mi tienda de campaña, azotada por el temporal de viento y agua. Así llego a la aldea comunitaria.
La aldea está formada por varias chozas de adobe contruídas en las laderas de la colina. Hay que subir una cuesta empinada y resbalosa de piedra y barro para llegar, unos 300 metros hacia arriba.
Al ingresar en la comunidad, se observa la casa del jefe, ubicada junto a otras chozas mas pequeñas dispuestas en un círculo alrededor de un patio de tierra. Me recibe el padre-chaman de la aldea llamado Alfonso Huallpacuna, quien me da una bienvenida cálida y cordial, explicando la historia de su pueblo y la opresión de la que son objeto.
La aldea se mueve en torno a una choza que es utilizada como cocina comunitaria, en la que cuecen los alimentos, comen y también les sirve de sala de charlas y reunión social. Las reuniones del clan se realizan ahí y ahí se toman desiciones importantes.
La unidad mínima de la organización social aymara tradicional es la familia extensa patrilineal y virilocal. Esta formada por jefe de familia y sus esposas, sus hijos casados y las esposas de estos y sus hijos e hijas; además de los hijos e hijas solteras. La familia extensa ocupa un conjunto habitacional con viviendas separadas para cada familia nuclear, ésta es monógama.
Son diestros artesanos del metal, la cerámica, los tejidos y la cestería. La organización social está basada en el ‘ayllu’, forma andina del clan, al que pertenecen todos los parientes que tienen vínculos de sangre y que realizan en común las tareas agrícolas y ganaderas.
Cuidan aimales como la vicuña, el guanaco, la llama y la alpahaca.
Debido a estas condiciones se generan relaciones de intercambio de productos entre pastores y agricultores. Esta forma de subsistencia se basa en el principio del ayne, que se refiere a la reciprocidad entre los aymarás: la petición de ayuda en el presente, será correspondida en el futuro.
Al interior de las familias se entrena a los niños y niñas a ser obedientes con los adultos. Además se espera que cada niño se incorpore temprano a las labores pastoriles, agrícolas o domésticas más sencillas, las que se van complejizando con el tiempo.A nivel comunitario coexisten dos formas:
- Ayllu que es la comunidad andina aymara altiplánica tradicional y la comunidad campesina precordillerana hispanizada.Cada Ayllu está formado por un conjunto de aldeas pastoriles, cada una de las cuales se compone de varias familia extensa.
-El segundo modelo corresponde al modelo español que gravita en torno a una plaza con su iglesia y varios edificios públicos.
Su idioma es el aymara,pero muchos de ellos hablan castellano, este es el idioma dominante en los países donde viven. Actualmente también poseen bandera, conocida como la Wiphala, la cual consiste en 7 colores con forma de cuadrados unidos diagonalmente.
Por la condición de la hoja sagrada, es decir la coca, durante la época del imperio incaico, su uso estaba restringido al inca, nobleza y sacerdotes bajo pena de muerte. Además del uso en masticación, utilizan las hojas de coca en curaciones al igual que en rituales al ofrecérselas al Dios sol Inti y a la Diosa de la tierraPachamama. La coca tiene gran participación en la religión de losaymaras, al igual que antes con los incas y últimamente se ha convertido en un símbolo cultural de su identidad. Los cultos de Amaru, Mallku y Pachamama son la más formas más antigua de celebración de los aymaras.