"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

jueves, 17 de marzo de 2011

La Paz, Bolivia


La urbe comenzaba a despertar de su letargo nocturno, a medida que una bruma lluviosa cedía el paso a los primeros rayos del sol matinal.
Entumecido por una larga noche de viaje, abro los ojos y pego la cara contra el vidrio de la ventanilla fría y mojada del colectivo barato y sucio en que viajo. Estoy en La Paz, la capital de Bolivia.
Son las 05:30 de la madrugada y la estación terminal ya es un hervidero.
Las corridas en los andenes, el bullicio en los bares, los vendedores callejeros, y el caos del tránsito que se mezclan con los sonidos de palabras pronunciadas en varios idiomas, hacen que esta metrópoli tenga un ritmo frenético.
La Paz es un hueco entre montañas ubicado a 3660 metros sobre el nivel del mar.
Una ciudad animada y de contrastes culturales profundos. 
Aquí habitan en una misma baldosa el banquero de la bolsa y el nativo Aymara que emigró del interior. Las callecitas adorables de piedras coloniales desembocan en autopistas y avenidas como la "Mariscal de Santa Cruz", que corta en dos la capital.
El clima en enero es inestable y lluvioso. La amplitud térmica transforma el termómetro en un subeibaja manipulado por niños juguetones.
Las mujeres venden productos regionales sentadas en las veredas de las calles, y los mercados ofrecen carne colgada de ganchos a la vista del público. Aquí no existen las heladeras, todo es fresco y recién traído de las huertas o las chacras.
Jóvenes retacones descargan de un camiónal hombro, ovejas destripadas y limpias, listas para la brasas o la olla.
El coqueto barrio de Miraflores, con sus amplias plazas verdes, teatros y embajadas, está dividido por la avenida El Prado del popular barrio de San Pedro y la zona del cementerio, peligrosa en las noches para los turistas y viajeros desprevenidos.
Mi estadía de dos días en la ciudad es divertida y confortable. Lo mejor del viaje en cuanto a comodidad y alojamiento.
Ahí conocí a dos mochileros argentinos que comparten un hostel conmigo.
La Paz resultó ser un descanso para recuperarme de las duras condiciones vividas en la anterior etapa de este viaje.
Me siento a tomar una cerveza mientras observo como titilan unas luces amarillentas al caer la tarde sobre la favela de El Alto, sumergido en una espectacular vista de la ciudad.