Estimado Señor Capitán:
Desconozco las instancias reales en las que se encuentra, pero acabo de leer la carta de despedida de su segundo y debo admitir que esas palabras han caldo hondo en mi memoria de soldado, pues de alguna manera yo también lo recuerdo a usted como ese gran ejemplo de mando y conducción al cual se refiere su oficial adjunto. Conociendo en profundidad la burocracia militar, interpreto que la superioridad ha cometido el error de suprimir su jefatura. Lo acompaño en el repudio contra esa decisión, y lamento saber que, después de tanto tiempo, todavía siguen floreciendo la traición y las intrigas entre las filas, y que la situación sigue siendo la misma.
Usted ha sido un referente en mi pasada vida militar. Lo recuerdo con el afecto de un optio romano hacia su centurión, porque, tal como aquellos antiguos, usted también ha sido mi jefe de compañía; un oficial distinguido y apegado a la disciplina; un hombre con cualidades de resistencia, templanza y mando; un militar íntegro y un líder en apariencia siempre listo para iniciar cualquier aventura. Fui un subordinado suyo, un simple cabo segundo en aquel batallón de operaciones ribereñas, en aquella masa verde de infantes de marina. Fui el más joven de la patrulla que lo acompañó a la inmensidad de la amazonia, hace ya tantos años, allí donde se funden las fronteras del norte del Perú. Usted me eligió para ser su operador de radio en aquella misión en plena selva, y allí, en un alto de marcha, en medio del barro y sentados en un círculo espalda contra espalda junto a nuestros otros compañeros, habló usted de un tal Larteguy y de guerreros por mi desconocidos, de batallas épicas de tiempos pasados, y de valientes soldados franceses que resistían en trincheras sitiadas por el enemigo, una guerra perdida en Indochina. Y fue allí, en lo profundo de aquella inexorable jungla de América Latina, donde tal vez se despertó en mi la vocación de periodista; la necesidad de investigar el pasado y de contar historias ocultas para el futuro, de defender los escombros de los héroes olvidados. Aquel día usted incentivó de inmediato mi ansiosa atención.
Estimado Señor Capitán, siempre lo recordaré como el líder de una columna de hombres curtidos que trotan en fila india, avanzando a marchas forzadas por un sendero inundado de aguas marrones, llevando a cuestas sus armas y sus municiones con el mismo paso largo y silencioso de los cazadores de la selva, doblados bajo el peso de sus equipos, con las miradas duras por la falta de sueño y las bocas crispadas por los interminables días de campaña, pero llevando siempre el fusil pegado al pecho y cantando entre dientes canciones que hablan de fidelidad por los camaradas, del gusto por la aventura y de lo pintoresco de las misiones furtivas y peligrosas.
Al igual que su segundo al mando, le deseo buenos vientos en su camino y pocas bajas en sus nuevas misiones. Tenga a bien recordarme como aquel humilde cabo de infantería que lo siguió con valor, convicción y orgullo, de tener un jefe de compañía que, en cada campaña, transformaba a sus tropas en un relato de Rudyard Kipling.
Le envío el saludo marcial de siempre junto a aquel viejo lema en latín que recitábamos cada mañana al cerrar filas: PATRIAE SEMPER VIGILES (Siempre Alertas por la Patria)
Un abrazo de final del verano desde Lucerna, Suiza.