En este mundo extraño en que vivimos, hecho de caos e incertidumbre, hay una clase de individuo que está listo para responder a la llamada de los desafíos. Un hombre normal con un deseo poco normal de tener éxito. Forjado en la adversidad, en otra etapa formó parte de una élite especial. Allí aprendió a servir y a proteger una forma de vida diferente. Yo soy ese hombre. Mi insignia es un símbolo de valor y patrimonio. La llevo tatuada sobre mi hombro izquierdo. Me ha sido otorgada por los guerreros que me precedieron y encarna la confianza de aquellos que han confiado en mí. Al portar mi insignia acepté la responsabilidad de la profesión y el estilo de vida que había elegido; la abnegación, el peligro, la distancia, el aislamiento y el trabajo duro. Son privilegios que me he ganado cada día. Mi lealtad para con mis ideales es inquebrantable. Serví humildemente como guardián de mis compatriotas, siempre listo para defender a aquellos que no se podían defender. En aquel tiempo de servicio nunca di publicidad a la naturaleza de mi labor ni busqué reconocimiento por mis acciones, porque simplemente no podía hacerlo. Acepté voluntariamente los riesgos inherentes a la profesión y puse el bienestar y la seguridad de los demás por delante de los míos. Serví con honor dentro y fuera del campo de batalla. Allí supe que la capacidad para controlar mis emociones y mis actos, cualquiera que fueran las circunstancias, me hacían diferente al resto de los hombres. Fui un soldado de la Infantería de Marina, nacido desde el mar y proyectado hacia una playa hostil, como en una operación anfibia. Y, aunque haya abandonado aquel mundo, aún sigo siendo un soldado.
De aquel tiempo guardo valiosas enseñanzas que hoy aplico a mi vida diaria. Es mi forma de ver el liderazgo y la excelencia personal, forjada en los desiertos, junglas, ciudades quemadas y océanos del turbio mundo de las operaciones especiales. Mi norma es la inflexible integridad. Mi carácter y mi honor son firmes. Mi vínculo es la palabra.
Espero siempre dirigir y obedecer. Si no hay órdenes tomo el mando, dirijo a mis compañeros de equipo y llevo a cabo la misión. Dirijo en cualquier situación mediante el ejemplo. No renuncio nunca. No me rindo. Persevero y prospero en la adversidad. Compito siempre contra mí mismo, esperando ser mejor cada vez, físicamente más duro y mentalmente más fuerte que mis enemigos. Si me derriban vuelvo a ponerme de pie cada vez que caigo. Recurro a mi fuerza física y a mi inteligencia mental para proteger a mi equipo y cumplir la misión que se nos presenta en el momento. El entrenamiento constante es el pilar donde descansa la base de mi confianza. Nunca huyo de una pelea.
Exijo disciplina. Espero innovación. Mi vida y el éxito de mi misión dependen exclusivamente de mí, de mi contracción al estudio, de mi capacidad técnica, de mi competencia táctica, de mi entrenamiento físico y de mi cuidado del detalle. Mi formación nunca se termina. En otro tiempo me entrené para la guerra. Hoy lucho para vencer. Estoy listo para resistir todo tipo de combates con el fin de cumplir mi misión y las metas marcadas por la planificación. La ejecución de mis obligaciones será rápida y violenta cuando sea preciso, pero guiada por los mismos principios que defiendo: humildad, lealtad e integridad.
Hombres valientes han luchado y muerto construyendo la orgullosa tradición y la dura reputación que hoy estoy obligado a defender. Peleando en las peores condiciones recordaré el legado de mis antiguos, para reforzar la determinación que me guiará silenciosamente a la victoria en cada acción. No fallaré.