"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

domingo, 8 de enero de 2012

Diario de un soldado: los duendes del Amazonas

(Fragmentos de mi diario de campaña en la frontera entre Perú y Colombia. Año 2004)

                                                       La base "Manití"
Junio 15. Martes.
A las 4 y 30 del domingo, nos llevaron en un camión hasta el aeropuerto de Lima. Un transporte militar C-130 nos estaba esperando. Nuestro equipo fue colocado dentro de unas bolsas similares a las marineras y después apilado sobre palets de madera. Caminamos hasta el avión llevando solamente nuestras armas. Nadie vino a despedirnos, ni siquiera el coronel. Cinco minutos más tarde, despegábamos. El gran aparato sobrevoló el Océano Pacífico y nos llevó durante dos horas por una ruta de circunvalación que conducía al norte del Perú.
Descendimos en una base aérea pequeña y polvorienta, ubicada entre los ríos Amazonas y Nanay, y que los infantes de marina usaban como punto de lanzamiento de las incursiones de sus fuerzas especiales en los territorios del norte. Atrajimos poca atención, había muchos estadounidenses en el lugar. Apilamos nuestro equipaje bajo un cobertizo tratando de pasar lo más inadvertidos que era posible, y esperamos un camión que nos llevó al puerto de Iquitos. 
Hoy temprano me senté sobre mi catre de lona y madera, debajo del mosquitero, y observé cómo la claridad del amanecer se extendía lentamente hacia el este. Era una claridad débil y azul, suficiente como para distinguir los árboles que se levantaban, imponentes, sobre el claro de la jungla. Llegamos ayer, en helicóptero.
Aspiré el humo de un cigarrillo ajeno y maldije el ambiente primitivo que me rodeaba y, como todos los hombres que estaban ahí, me pregunté porqué había venido a este pestilente y húmedo lugar del mundo.
Intenté analizar realmente mis sentimientos, y me dije que no podría vivir ahora mismo en ninguna otra parte, y desde luego no en Buenos Aires, ni siquiera en Argentina. Ahora mismo no soporto las ciudades, los ruidos, las normas y los impuestos. Odio el frío.
Como todos estos soldados, jóvenes o veteranos, amo y odio alternativamente esta jungla indómita y salvaje. Tengo 22 años y elegí esta vida por el momento, errante, impredecible, aventurera, llena de adrenalina. Aquí la aventura se inyecta en mis venas a cada paso en esta tierra fangosa y marrón.
Es mi primera experiencia real en contacto con este medio. Todavía estoy un poco débil por la deshidratación que me produjo la diarrea y el vómito. A todos nos ha hecho mal el agua. Hace mucho calor.

Junio 19. Sábado.
Los helicópteros llegaron esta mañana cuando amainó la lluvia. Aterrizaron en la explanada detrás de las barracas y cada uno de ellos produjo un huracán en miniatura. El artillero de puerta hizo señas a mi jefe de pelotón y éste nos indicó que corriéramos hacia el aparato. Corrimos doblados a la altura de la cintura, debajo del rotor y a través del polvo azotado por el viento. Subimos al helicóptero. El ruido era terrible y el viento nos obligaba a ver a través de nuestros ojos a penas entreabiertos, como si fuéramos chinos. Teníamos que gritar para oirnos entre nosotros. Ibamos sentados en dos filas de 4 soldados por cada banda, y pusimos nuestras mochilas entre las piernas, con el fusil apuntando hacia el vacío
Al despegar, el helicóptero pareció desinflarse un momento, y entonces subió hacia lo alto. Se me anundó el estómago cuando subimos tan de repente. Fue muy rápido, porque el aparato subió en vertical, siempre hacia arriba. Miré hacia abajo y vi que el resto de los hombres de la compañía eran cada vez mas pequeños.
Desde el aire la base se veía como un montón de casitas de juguete sobre un pedazo de terciopelo rojo, polvoriento, igual que esos fortines de plástico con los que jugaba cuando era chico, donde los indios atacaban con sus caballos. Estaba rodeada por una selva exuberante color verde brillante. Más allá de la alambrada, la tierra de nadie.
Volamos hacia el norte, siguiendo el curso del Nanay. La jungla se extendía hacia el este y el oeste, como una tela verde y parda, atravesada por la cinta color mostaza del río. Ese fue el primer viento fresco y constante dedesde mi llegada a la selva del Perú. Lo disfruté mucho. Me pareció maravilloso.

Junio 24. Jueves.
Los días son rutinarios. Nos levantamos a las 0600 hs, nos lavamos y preparamos para entrenar. Luego de un desayuno rápido en nuestros jarros de aluminio, corremos 10 km por un camino de tierra que une el campamento con la base, cinco km de ida y cinco km de vuelta.
Luego de la mañana de ejercicios físicos y prácticas de tiro, tragamos nuestras raciones “charlie”, sentados en el “comedor” que nosotros mismos hemos construido. Es una especie de pozo alargado en el cual caben seis soldados. Nos sentamos en un borde, y en el otro apoyamos la comida. Es un "lujo" de lugar.
Llevo, como únicas pertenencias, un fusil M16, un correaje con cincha para llevar municiones, mi uniforme camuflado y un par de botas para la jungla. La ropa se me pega al cuerpo por efecto de la transpiración. Estoy deshidratado y empapado por el calor. A causa de la humedad del ambiente la piel se lastima y las ampollas son frecuentes. Los pies duelen dentro de las botas de cuero y lona. Los hongos son huéspedes inesperados y molestos compañeros.
Por la tarde practicamos lucha cuerpo a cuerpo y técnicas de supervivencia. Algunas veces recibimos instrucción de cartografía, navegación terrestre y del uso de la brújula. Nos enseñan cómo atender una herida de bala, aplicar un torniquete a un compañero mutilado por una mina , intubar una vena, cruzar un arroyo o un río en la selva, cómo detectar una trampa, como construir refugios, camuflar armas y equipos, preparar una emboscada, y así estamos hasta que la noche cae como un telón negro sobre nuestros cuerpos agotados. Poco descanso, poca comida y mucha actividad.
He visto a hombres de excelente forma física arrastrarse por el agotamiento y la deshidratación. Nos dan unas pastillas contra la malaria que son una mierda, y que nos provoca una permanente sensación de náuseas. "Mefloquina" es el nombre de esa porquería que nos dan.
Hoy cumplo 25 días acá, y siento que esta selva se me mete bajo la piel, junto con el paludismo, la porquería del pantano y las picaduras de miles de insectos.

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