"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

jueves, 6 de junio de 2019

La espera

Ocurrió en Inglaterra, al sureste de la isla de Wight, a bordo de uno de los transportes de tropas que se encontraban fondeados en un punto de reunión llamado "Piccadilly Circus", en la madrugada del 6 de junio de 1944.
Nadie puede dormir. Al amanecer se arriarán las lanchas de desembarco y el primer contingente de tropas cruzará en ellas las aguas del Canal de la Mancha para atacar, por mar, la playa "Omaha".
Son las preliminares del Día "D", y la costa francesa de Normandía aguarda del otro lado, perdida entre la niebla.
En el barco, y en toda la flota de asalto, los hombres son conscientes de que, en algunas horas, muchos de ellos van a morir.
Un soldado está echado en su litera, cierra los ojos y sigue completamente despierto. A su alrededor, como un rumor de olas, oye en su duermevela el murmullo de los compañeros. "¡No lo haré, no lo haré!", grita alguien en sueños, y el soldado abre los ojos y mira detenidamente la bodega.
Su visión se pierde en un intrincado laberinto de hamacas, de cuerpos con torsos desnudos y de mochilas que se balancean. 
El hombre decide que tiene que ir al cagadero y, mientras reniega, consigue sentarse. 
Las piernas le cuelgan en el aire, y su espalda está encorvada bajo una de las hamacas de la litera superior. Suspira, alcanza las botas y se las pone lentamente. La suya es la cuarta de cinco literas superpuestas, y comienza a bajar con incertidumbre en la oscuridad, con miedo de pisar a los otros hombres de las literas mas bajas. 
Llagando al suelo busca el camino entre una maraña de bolsas y de fardos, tropieza con un fusil y camina hasta una puerta. Cruza la otra sección de la bodega, igualmente abarrotada, y llega, por fin, al retrete.
Mientras fuma mira el suelo negro encharcado de colillas, y escucha el ruido del agua que corre por la letrina. En realidad no tenía motivos para ir, pero sigue sentado allí porque está mas fresco y las emanaciones del retrete, del agua salada, del cloro, el olor viscoso y dulce del metal mojado, son menos sofocantes que la espesa hediondez de sudor que se respira en las bodegas donde duerme la tropa.
El soldado permanece allí mucho tiempo y después, lentamente, se pone de pie, se sube los pantalones verdes y piensa en los esfuerzos que tendrá que hacer para volver a su hamaca. 
El sabe que se echará allí simplemente a esperar a que suene el silbato del sargento, antes del alba, indicando el inicio del movimiento. 
Se dice a si mismo: "Ojalá ya llegue la hora. Me importa un carajo toda esta mierda. Ojala ya sea la hora".
De regreso a su hamaca y allí recostado mientras espera, recuerda lo vivido el año anterior, cuando fue lanzado en paracaídas esa mañana ventosa de julio sobre Sicilia, poco antes del amanecer. Lo tiene todo tan fresco en la memoria que le resulta increíble haber sobrevivido: los trazos color naranja de las municiones alemanas volando hacia él como si fueran interminables columnas de luciérnagas; el grito sordo de los paracaidistas que eran alcanzados sin haber aún tocado tierra; el calor que arreciaba sobre los tejados rojos de aquellas hermosas casitas italianas; ese muchacho de Austin, Texas, que cuando lo arrastraron hacia la trinchera llevaba las manos cruzadas sobre el vientre tratando de que no se le salieran las tripas, porque había sido alcanzado en el costado y tenía abierta toda la pared intestinal. Recuerda al enfermero flaco con cara de niño que mascaba tabaco y escupía sobre la arena, tan joven aún que no le crecía la barba. Recuerda sus manos ensangrentadas yendo de un herido a otro, susurrándoles al oído, dándoles ánimo, cosiendo heridas y marcando frentes con una "M" en señal de morfina. Oye aún el llanto apagado de los moribundos llamando a sus madres, y la insoportable quietud del silencio a la mañana siguiente, solo rota ocasionalmente por el zumbido de las moscas. Recuerda la sed, la boca seca y el calor. Maldito calor.
Pero Italia ya quedó atrás y este es otro año. La guerra continúa. Cochina guerra de mierda. Siempre los mismos al frente; obreros pobres y campesinos.
Las costas de Francia lo esperan ahora erizadas de ametralladoras alemanas hundidas en la bruma, bajo el brutal estruendo de la artillería naval que "ablanda" la playa.
Allí tumbado en su hamaca el hombre piensa en un día de su infancia, muy temprano por la mañana, en el que se quedó en la cama despierto. Era su cumpleaños y su madre le había prometido una fiesta.
Ningún soldado de la compañía puede dormir. 
Todos están despiertos en su duermevela. 
Nadie sabe quien llegará a ver el final de esa histórica jornada.


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