"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Seres humanos


Hacía quince años que no veía el lugar pero lo recordaba muy bien. 
Mi amigo, el suboficial peruano Handel Ruiz, que compartió conmigo seis meses de patrullas en aquellos páramos, acaba de enviarme unas imágenes de nuestra misión en Chipre, en 2005. Son unas fotos que nunca vi, porque fueron tomadas por otros camaradas que con el tiempo o el correr de la vida les vas perdiendo el rastro. Y en una de esas imágenes aparezco yo en un pueblito griego llamado Agios Giorgios, perdido entre el polvo de las montañas, posando frente a un blindado de los cascos azules de la ONU, en plena operación junto a mis compañeros. 
Son tres soldados muy jóvenes los de la foto, que miran seriamente a la cámara. Los tres están de pie, muy solemnes y muy dignos en sus uniformes de campaña, cubriendo el primer plano. Al fondo se ve una franja de cielo matutino y se comienza a adivinar el perfil de las montañas. 
Los tres hombres visten uniforme camuflado de combate, que han tenido la disciplina de limpiar después de 3 días y dos noches de un patrullar agotador entre campos sembrados de minas terrestres. Es de mañana, muy temprano, y aún sujetan el fusil entre sus manos después de una larga duermevela. Demasiado jóvenes, orgullosos y llenos de testosterona como para reflexionar sobre la vida o para pensar en el peligro o el cansancio. La boina de pana cayéndoles sobre el ojo derecho. Tres soldados; dos cabos y un sargento. 
Era el tiempo de las expediciones, de las largas marchas por lejanías geográficas, de inolvidables noches de permiso alojados en burdeles junto a hermosas putas rumanas, y de muchos atardeceres dorados cayendo en un horizonte enrojecido sobre el Mediterráneo azul. Pastores turcos parlando en una lengua extraña bajo el sol vertical. El tiempo de la aventura por tierras exóticas en todo su esplendor.
Pero en realidad me quedé pensando en otra foto en la que solo se observa el pueblito machacado de Agios Giorgios. En 1974, los turcos desplegados en aquella región habían condenado al exilio a toda la población civil por el capricho de un comandante borracho. Hasta la fecha nunca nadie ha regresado, temerosos de volar en pedazos por la acción de las minas terrestres. 
En primer plano de la foto se ve el techo hundido de una casa abandonada, destrozada por un obús de artillería; antiguo hogar de la familia de campesinos que huyó con lo puesto, desesperada, escapando entre columnas de humo negro, dejando atrás la mesa servida, la ropa tendida, el perro atado y hasta los juguetes del crío tirados en el jardín.
Allí, junto a los cascos azules de varios países viví cosas que conté lo mejor que pude, y otras que callé y no contaré nunca, o no contaré del todo; no por vergonzosas, pues fueron todo lo contrario, sino porque a algunos les habría costado un consejo de guerra. No siempre los corderos son tan buenos como cuenta la historieta. 
Para mi, Chipre fue un gran lección personal. Fueron seis meses en los que aprendí, junto a experiencias vividas en otros lugares (Perú, sur de Colombia, México, Guatemala), acerca de la manifestación real del ser humano.
El ser humano es un animal muy peligroso, y el mundo es un lugar muy cruel e injusto, con reglas caóticas en las que es preciso estar preparado para moverse. Allí, en ese mundo en el cual me moví, pude comprender que el ser humano es fundamentalmente un hijo de la gran puta. Después, si lo miras en detalle es otra cosa. De cerca ya suele ser diferente, pero en general su comportamiento es mas negativo que positivo; es depredador, quiere comer, procrear, dormir, calentarse, tiene relaciones de grupo, persigue el liderazgo, etc. Luego la educación, la cultura, el sentido común o el miedo a la ley, hacen que el ser humano se domestique y se comporte adecuadamente. Entonces su parte positiva puede manifestarse con mas esplendor. Pero cuando llega la guerra, el caos, el desastre, el terremoto, las torres gemelas se caen, el Titanic se hunde, cuando el desastre llega con sus reglas inmutables y permanentes, el ser humano corre el riesgo de volver a ser lo que siempre fue; salta el barniz y aparece nuevamente el depredador, el asesino, el ambicioso, el lujurioso. 
Entonces ahí es cuando resulta importante estar preparado. Y saber eso nos debería llevar a un replanteo de la educación. Actualmente a los niños se les protege demasiado, se les oculta la realidad y se los vuelve inútiles, dependientes. Se les enseña que en el mundo los lobos son buenos, que los osos polares son bondadosos y cariñosos, que las orcas son entrañables, que el hombre es estupendo y que todos nos queremos mucho. Y no, el mundo no es así. 
El ser humano es un cabrón cuando dobla la esquina porque la crueldad está en sus genes, en su memoria histórica, y los osos polares son carniceros y el mundo es un lugar muy peligroso. 
Los niños de hoy no han sido adiestrados para esta realidad. 
Nuestros abuelos lo sabían; sabían que había dolor, enfermedad, fiebre tifoidea, guerra y muerte. Ahora no. Todos creemos que estamos a salvo. Y cuando llega la realidad estamos indefensos. Esta  actual pandemia de coronavirus es un ejemplo de todo esto.
Hoy hay una mayor indefensión, una menor capacidad de afrontar, de responder a la realidad de la vida. Y eso es muy peligroso, porque nos deja indefensos cuando llega el malo, el que sabe que el oso come y que el ser humano es un bastardo o que una pistola mata. Ese tiene la ventaja, y ese gana la batalla.
Vivir en un mundo difícil te deja una mirada; te quita ilusiones, te quita palabras con mayúscula y te deja lucidez, no por mérito sino por la vida que has llevado. Y con esa lucidez aprendida (que no siempre es simpática o amable), intento mirar el mundo y al ser humano. 
Por eso, cada vez que me tropiezo con alguna foto o algún recuerdo se disparan en mi memoria los mecanismos que aprendí. Cuando encuentro un superviviente me veo a mi mismo reflejado en él y me pregunto de que fue capaz para seguir vivo. 
Quizá sobrevivir donde otros no lo consiguieron implica cierta clase de vileza. Como decía Mario Puzo: "los tontos mueren".
Creo que esos son los animales más auténticos, los que se muestran y actúan en la adversidad tal y como son. 
En fin. Seres humanos.

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