"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Diario de un soldado: historias mínimas


Hace muchos años un niño soñaba con ser un guerrero. 
Parado en la vereda de su casa, su placer era mirar a los grandes y valientes soldados volver de sus maniobras de guerra. Sus rostros cansados y sus ropas sucias y rotas por la fajina bélica, le hacían pensar en lo duro de sus vidas. Pasaron los años y este niño creció.
Sus brazos eran fuertes, su espalda era ancha y sus pies bien firmes, y entonces, marcho a servir a su patria. Se transformó en soldado persiguiendo el sueño y el idealismo de su niñez. Era feliz con su vida de cuartel, cumpliendo las ordenes del sargento, compartiendo la rutina con sus camaradas, vestía con orgullo su uniforme y cuando apoyaba su cabeza en la almohada cada noche, sentía que su patria lo miraba y lo arropaba bajo un trozo de bandera. La felicidad de pertenecer a la milicia era todo para él y la nostalgia de la lejanía de su tierra materna se compensaba con compañerismo y trabajo duro.  Fueron muchas las pruebas que superó: el sacrificio y la voluntad de vencer, el dolor, la fatiga, el hambre, el frío y el calor extremo, pero nada le importaba con tal de lograr su objetivo. Estaba en juego su hombría, su voluntad, la capacidad viril de sentirse plenamente un hombre. Y lo logró.
Un día despertó en un lugar muy lejano. Todo era selva, río, colores verdes y marrones. Conoció nuevas culturas y hasta logró hacer amigos pero pronto volvió a irse. 
Caminó por valles, escaló montañas, se deshidrató en desiertos, corrió por campos, aprendió a sobrevivir y a ser leal. Pero de repente, casi sin darse cuenta, se sumergió en la guerra. El idealismo de sus primeros tiempos estalló en mil pedazos cuando la primera bomba hizo trizas esa casa. Ya no era todo hermoso como él se imaginaba. Ya no lucían elegantes las botas lustradas y por el pantalón roto  se filtraban el frío y la suciedad. El camuflado se mezclaba entre el barro de la trinchera y la sangre de sus camaradas.
Algo le afligía en su corazón. Volvió a ver a los mismos soldados de su niñez, algunos ya viejos por cierto, sin embargo tan valientes y guerreros como antes. Pero no había rostros felices y recién afeitados. De pronto, sus ojos quedaron asombrados por lo amplio del paisaje que tenía por delante. Su corazón latía muy rápido a causa de lo nuevo, y se atrevió a caminar el único camino que delante suyo había, mientras leía un cartel de bienvenida que decía: “bienvenido soldado a la tierra por poseer, aquí nada sera tuyo si no peleas por tenerlo”
Un viejo de ese pueblo destrozado, que estaba parado bajo el portal de una casa aplastada por las bombas, vio al soldado sentarse sobre su casco, muy cansado, mientras comía de su lata de ración y le dijo:  “solamente esfuérzate y se muy valiente, porque desde los días de Jesús, los cielos sufren violencia y los violentos lo arrebatan. Deseo que en este tiempo puedas llegar donde antes no habías llegado, hacer lo que antes no lograste, vencer donde has sido derrotado, reírte de lo que te hizo llorar y aplastar lo que te hizo desmayar"
Entonces el joven soldado, con incontables preguntas en su corazón y con la incertidumbre de lo desconocido, se quitó el correaje, las municiones que llevaba colgadas en bandolera,  y dejó a un lado su fusil, para comenzar a caminar la senda que solo los pies valientes caminaron. 
Decidió ser un hombre diferente. Uno de esos hombres a los que el mundo llama, pioneros.

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