"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

lunes, 8 de febrero de 2016

Cuadernos balcánicos: Una carretera en algún lugar de Bosnia

(Año 2014. Apuntes de un viaje por la ex-Yugoslavia)

Agosto 19
La música del autobús en que viajamos se interrumpe, para dar paso a un parte de noticias en un idioma que no comprendo. Vamos dejando atrás un agotador viaje que viene de Dubrovnik, atravesando colinas salvajes y montañas escarpadas para meternos en esta carretera rural, donde los controles fronterizos son frecuentes al ingresar en Bosnia. 
Mi corazón late de a ratos al ritmo de una ametralladora.
Estamos en la zona de un reciente conflicto, y aquí todavía se siente el calor de la guerra.
Carteles escritos en alfabeto cirílico, van pasando uno tras otro al borde de la ruta, indicando que estamos en un territorio controlado por los serbios. 
Fuera de la Europa occidental, nos metemos en lo profundo de la ex Yugoslavia, y sentimos poco a poco el lento escalofrío de la soledad. Viajamos a bordo de un colectivo croata compartido con lugareños, en su mayoría campesinos con sus familias, charlando de tanto en tanto con una niña de 12 años, quien practica con nosotros su inglés aprendido viendo la tele.
Un crepúsculo rojo cae detrás nuestro y el sol, ahora amarillo y sucio, desaparece abriendo una brecha incandescente en la inerte cúpula de nubes. La penumbra de este colectivo decadente nos deja ver los rostros duros y curtidos de nuestros compañeros circunstanciales. Es gente común de origen eslavo, de estatura más bien grande, con rostros de corte macizo, imperturbable y algo arrogante, que llevan en el cuerpo la elegancia de cualquier ciudadano europeo, pero también ese aspecto violento y característico de los guerreros tártaros. Es un pueblo que ha sufrido mucho, y se les nota.
El temor de Mirjam oculta mi propio temor. Un control de carreteras bosnio entre Metkovic y Mostar puede convertirse en una barrera infranqueable. Y así ocurre. En Doljani nos detienen. Esperamos cuarenta minutos en el patio trasero de un puesto militar colindante a una granja, al borde de la carretera vacía. Retienen mi pasaporte y el de los otros extranjeros, cuando el tiempo comienza a preocuparme. Aquí solo se habla serbo bosnio, un idioma que es al ruso, lo que el español al portugués. No resulta muy reconfortante la idea de permanecer retenidos aquí, mientras el policía gordo de la camisa azul se empeña en aplastar su autoridad sobre la dignidad de los viajeros, exhibiendo malencarado el cargador de su arma, sostenida por una correa desgarrada, y apuntalada con una cinta amarilla de aspecto inestable. 
Por fin salimos del retén antes de que la noche se nos eche encima. Tal vez será mejor en Sarajevo.

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