"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

sábado, 25 de marzo de 2017

Seis hombres silenciosos



Había que ser un tipo muy especial para ser un "LURP" en Vietnam. Eran solitarios y estaban entrenados para la supervivencia. Nadie, absolutamente nadie se metía en líos con los equipos de reconocimiento.
Los llamaban "LURPS" por el indicativo de radio que utilizaban, una sigla en inglés con la que se identificaba a LONG RANGE RECONNAISSANCE PATROL(LRRP), o en español: PATRULLA DE RECONOCIMIENTO DE LARGO ALCANCE.
Durante la guerra de Vietnam, los Rangers del ejército tuvieron la tarea de realizar este tipo de patrullas. Aquella actividad militar fue catalogada como 11F4P (operaciones de infantería especializadas en inteligencia). Cada hombre se había ofrecido voluntario para integrar esa unidad y estaban dispuestos a todo, incluso para los cursos de formación intensiva en pleno combate, y por lo tanto sabían a lo que se enfrentaban. Habían elegido el sitio correcto en el momento preciso para llevar a cabo misiones especiales, y todos ellos sabían exactamente en donde estaban. Operaban bajo órdenes directas de las oficinas “Nácar  2” y “Nácar  3” (inteligencia y operaciones de cada batallón). Su misión era reconocer previamente las áreas en las que un comandante planificaba sus operaciones. También tenían que patrullar a lo largo de los flancos durante el movimiento de columnas blindadas, informando de todas las novedades a los jefes de éstas. Reglaban el tiro durante el fuego de artillería y por medio de transmisiones radiales comunicaban al escalón superior en donde estaba el enemigo y en donde no. Protegían al resto de las tropas de emboscadas y de ataques sorpresa y optimizaban el uso de la fuerza. 
Algunas veces fueron tildados de asesinos macabros y sin escrúpulos, porque en ciertas ocasiones utilizaban cartas de póker para marcar los cuerpos de enemigos abatidos.


Los pequeños equipos “LURPS” estaban formados por sólo cinco o seis hombres fuertemente armados, pero su ventaja táctica no consistía solamente en el número reducido de sus integrantes (lo cual les permitía moverse muy rápido), sino también en el sigilo y en el duro entrenamiento previo que habían recibido. Todos estaban capacitados en navegación terrestre, en medicina de combate y tenían las condiciones para ser jefes de patrulla o jefes de equipo. Eran graduados de la Escuela de Fuerzas Especiales del quinto grupo del Ejército de EE.UU. Sus jornadas de campaña oscilaban entre cuatro y ocho días, cargando 40 kilogramos de equipamiento en sus mochilas, incluyendo varias comidas deshidratadas. Pero nunca pudieron llevar suficiente agua, entonces rellenaban continuamente sus caramañolas en las corrientes de los numerosos ríos y arroyos que iban encontrando a su paso, cada vez que la suerte les ayudaba a marchar a través de ellos. Utilizaban pastillas de cloro para purificar ese líquido tan vital.
Todos sabemos que la vida depende del agua y de la luz solar, pero aquellas patrullas de reconocimiento de largo alcance dependían en realidad del silencio y de la oscuridad. Mantenerse con vida significaba no ser vistos. Tenían que ser fantasmas invisibles: permanecían en las sombras, viviendo en lo profundo de la vegetación, intentando ser indetectables, y siempre estaban alerta para poder encontrar al enemigo primero.


Llevaban un amplio arsenal de armas: carabinas de asalto AR-15 de 5,56 mm, fusiles M16 del mismo calibre, lanza granadas M-79, pistolas calibre .45, decenas de cargadores y cientos de cartuchos de munición, granadas de fragmentación M-26 y M-34 de fósforo blanco, minas antipersonal Claymore, bloques de medio kilogramo de C-4 y TNT, explosivo plástico de alto poder, bengalas iluminantes, luces estroboscópicas, binoculares y cuchillos de supervivencia. Pero esas armas eran meramente defensivas. Su verdadera arma de asesinato masivo era el PRC-25, una radio portátil para infantería ligera de diez kilogramos y medio de peso, con baterías de nickel cadmiun y radio teléfono., comúnmente conocida como "Prick Veinticinco". Dependiendo del clima y del terreno utilizaban varios tipos de antenas diferentes. Tenían una antena que llegaba a cubrir veinticinco kilómetros y era como tener un teléfono conectado directamente a la oficina de Dios (o de Satanás, dependiendo de que lado de la selva se encontraran). Con ese artefacto infernal podían convocar al horrible poder de fuego de la Fuerza Aérea de EE.UU, a sus helicópteros o a grandes unidades de infantería para solicitarles su apoyo. Podían también llamar a la artillería, que llegaba silbando en un violento e impersonal rugido de vidrios rotos para golpear una posición hasta que el terreno se reducía a un descampado de tierra batida, y el enemigo se convertía en simples manchas de barro color rosa.
Al menos así era como se suponía que funcionaba el asunto. Pero las cosas no siempre salían según lo planeado. A veces el enemigo los veía primero.
Cuando eso pasaba, los equipos de reconocimiento hacían todo lo posible para mantenerse con vida.

UNA HISTORIA REAL


Una tarde del mes de julio de 1968, el sargento Robert Ankony (en el centro de la foto con el cañón del fusil cruzado sobre la pierna), de tan solo diecinueve años de edad pero a la vez un experto hombre de la selva, dirigía un pequeño equipo de 6 hombres en una misión de reconocimiento de 5 días en territorio enemigo. No se trataba de una misión ordinaria.
El incidente ocurrió con la última luz del día mientras el explorador de vanguardia, un cabo llamado Jym Anderson (autor de la fotografía), el segundo jefe de patrulla, Charles Williams (primero desde la izquierda en la foto), y el sargento Ankony sembraban minas Claymore en una posible avenida de aproximación del enemigo. Era un sendero estrecho cubierto de barro y maleza, muy utilizado, a seis kilómetros y medio al oeste-suroeste de la ciudad de Quang Tri. Habían escuchado un movimiento de tropas enemigas justo la noche anterior. Casualmente iban hablando mientras caminaban. Estaban seguros de que más tropas enemigas volverían. Justo cuando estaban activando los detonadores de las minas, una oscura figura apareció de repente frente a ellos en medio de la pista, a unos treinta metros de distancia.
Era el viernes 19 de de julio de 1968 al atardecer, la segunda patrulla del sargento Ankony como líder de un equipo de reconocimiento de largo alcance, y sería su segundo contacto con el enemigo. En el primer incidente, once noches atrás, el equipo de seis hombres había chocado de frente contra una patrulla enemiga. El operador de radio, Tony Griffith, había disparado rápidamente una larga ráfaga en dirección a la posible amenaza y optaron por buscar un escape, romper el contacto y retirarse a la selva. Pero esta vez no tenían la protección de la jungla y solo había una pequeña lengua de tierra entre ellos y el río Quang Tri, así que tuvieron que pelear.
Los tres hombres se quedaron petrificados en posición rodilla a tierra, inclinados como estaban sobre la mina terrestre que estaban colocando, luchando por ver a través de la penumbra de la tarde, aquella figura desconocida que se acercaba. Al parecer, el hombre anónimo que venía hacia ellos no estaba seguro de quienes eran. Se detuvo. Dio un paso atrás y levantó ligeramente su fusil. Jym Anderson era el que estaba más cerca, y Charles Williams el más lejano, arrodillado sobre un costado de la brecha. Jym miró a Charles y a Robert, y al ver que todo el mundo estaba todavía en posición, levantó su rifle automático e hizo fuego. El tubo cañón del arma debió haber estado lleno de barro, porque cuando disparó un arco de luz anaranjada salió por la boca y el disparo produjo un extraño sonido. El tiro golpeó la cara del hombre e hizo que las rodillas del pobre infeliz se aflojaran mientras la fuerza del impacto lo arrojaba de espaldas y hacia atrás. Robert estaba tan cerca que una masa de huesos y de fragmentos de cráneo y de sangre y de pelos habían ido a parar sobre sus brazos, su chaqueta y su rostro. La cabeza del guerrillero había estallado en pedazos.
Pero seguían en posición desventajosa y habían perdido el factor sorpresa. Había más siluetas que se debatían entre la penumbra del sendero. John Bedford se enfrentó mano a mano con uno de ellos y resultó herido de una puñalada en el costado. Encontró el momento oportuno para levantar su AR-15, colocar el selector en automático y vaciar el cargador de veinte rondas en dos largas ráfagas de trazadoras que barrieron las piernas y el pecho de su enemigo.
El sargento Ankony estaba preocupado porque pensaba que esos guerrilleros podían ser exploradores de una fuerza mucho mayor, por lo que lanzó granadas junto al sendero y transmitió un mensaje por el PRC-25 a su centro de operaciones tácticas para notificarles del contacto. 
Enviaron dos helicópteros UH-1H en los que fueron extraídos y llevados de regreso hacia subase en la LZ Betty, a 27 kilómetros al sur del último contacto sobre el río Quang Tri. Los artilleros de puerta del helicóptero dispararon con ametralladoras sobre la zona para cubrir la retirada. 
A la mañana siguiente, dos pelotones de infantería regresaron al área de contacto y realizaron un barrido, pero sólo encontraron un cuerpo junto con su AK-47, dos cargadores llenos, una bolsa de arena y un saco de tela lleno de arroz, un pequeño poncho de goma, y dos pares de medias militares de Estados Unidos. Aquel día habían entrado en combate sin medias, porque andaban descalzos a lo largo de todo el sendero colocando minas explosivas en sitios determinados. Hacían lo mismo que los guerrilleros del Vietcong para no dejar huellas: marchaban descalzos mientras tendían emboscadas.
Esa decisión de moverse igual que su enemigo y de disparar antes de preguntar, les había salvado la vida.


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