Podría gastarme los dedos de tanto escribir o quemarme la
cabeza de tanto pensar, pero creo que daría exactamente igual porque casi
siempre termina ganando el peor. El más idiota. Digo esto porque estoy
convencido de que a quienes quiero llegar con el mensaje no lo leerán nunca, y
si lo hacen no entenderán nada, porque el asunto les importa un carajo.
El malo no tiene ningún escrúpulo a la hora de utilizar
las herramientas de la maldad. Mientras que el bueno tiene en la mente barreras
rojas que le impiden pasar, la famosa “línea moral”, que le dicen. Y si además
se unen la ignorancia y la “valentía” que provee esa ignorancia, es cuando a
veces uno escucha hablar a un político o a un líder sindical devenido en capanga o a un puntero de
barrio convertido en patrón y se dice a sí mismo: “la puta madre, ¿cómo se
atreve este tipo/a, que no sabe hilvanar sujeto, verbo y predicado, que no
tiene ni siquiera un discurso sintáctico normal? ¿Cómo se atreve a pretender
orientar la vida de los demás?”.
Cuanto más preparado estás, te conviertes en un individuo
más prudente, más austero y reservado. Porque sabes que el mundo es un campo minado
y que está sembrado de explosivos.
En
Argentina, la cultura y la palabra inteligente, desgraciadamente, están dejando de ser
peligrosas. Y estoy hablando de la cultura como escudo y de la palabra
inteligente como arma. Como el arma de aquel que no quiere otra arma. Es un
arma que ha sido eficaz durante 3.000 años. Un arma más afilada que la espada.
En un tiempo como éste, la palabra ha sido tan devaluada que acabó sustituida
por la imagen. Ha perdido influencia, vigor, eficacia. La gente buena todavía
acude donde están las palabras, pero la gente estúpida (que lamentablemente son mayoría), la gran masa, acude a la
imagen y esto me provoca mucha gracia, me da risa de verdad.
Hagan la prueba para divertirse un rato: publiquen alguna foto o cosa escandalosa y luego de un momento compartan algún texto sin imágenes que les parezca interesante. Pronto verán el resultado. Ciento cincuenta likes en menos de una hora al culito aceitado de la amiguita semidesnuda de la foto ( y oigan, no seamos hipócritas porque en realidad a todos nos gusta), contra una o dos manitas arriba de un par de anónimos que ni siquiera sabían que estaban en su lista de contactos. Se divertirán mucho, se los aseguro.
Hagan la prueba para divertirse un rato: publiquen alguna foto o cosa escandalosa y luego de un momento compartan algún texto sin imágenes que les parezca interesante. Pronto verán el resultado. Ciento cincuenta likes en menos de una hora al culito aceitado de la amiguita semidesnuda de la foto ( y oigan, no seamos hipócritas porque en realidad a todos nos gusta), contra una o dos manitas arriba de un par de anónimos que ni siquiera sabían que estaban en su lista de contactos. Se divertirán mucho, se los aseguro.
Pero bueno. Dejemos un momento la teoría a un lado y
pasemos a la realidad, al día a día. Hoy la gente escribe mucho más, pero lo
hace bastante peor, una mierda, diría yo. Ya no digo por los desagradables
errores ortográficos que abundan. Hablo de los mensajes por celular, del
WhatsApp, de las redes sociales, de facebook y cosas así.
Se escribe mal por muchas razones. La gente no lee. Mira y
consume analfabetos hablando por televisión. Y luego escribe lo que le sale de
los huevos antes de pensar. Todo eso redunda en un despojo: las redes sociales son
un bar de analfabetos. Le preguntas a un mocoso de esos que andan con los ojos
hundidos detrás del flequillo quien era Jack London o que escribió Ernesto
Sabato y te dice: “no tengo ni puta idea, vieja”. En su perfil de facebook se
define como “Te canto lo que veo, poeta de la calle, tengo 18 años y me gusta
la cumbia...”. Y el idiota se atreve a ignorar a London, creyendo de verdad que
las estupideces que publica en redes sociales lo igualan.
Pues bien, cuantos más hombres buenos haya, el desastre
será menor. Pero el desastre es inevitable. Por eso son importantes los
combates de retaguardia. Los últimos soldados que defienden la trinchera. Y las
posiciones de retaguardia a veces terminan siendo espacios como este, donde uno
puede putear, desahogarse.
Vengo de un país en el que si no le das una patada en el hígado a la gente, no se da
por aludida. Esa brutalidad es necesaria. Yo no soy brutal en mi vida normal,
pero en la columna de opinión es otra cosa. Ahí acudo a la brutalidad, al insulto,
a la violencia, porque sé muy bien que si no pateas la cara de algunas personas
esa columna pasaría inadvertida.
Además de la ignorancia y
de la ociosidad, yo creo que el otro gran flagelo que castiga a la Argentina es
la estupidez. Antes creía que lo peor del mundo era la maldad, pero no. Con el
tiempo y con los golpes uno se vuelve más lúcido, más frío, más escéptico, y entonces
entrena la mirada: si, creo que lo peor es la estupidez. Son peores los
estúpidos que los malos, o que los ignorantes o que los vagos. El estúpido
siempre hace más daño que el ignorante. Por acción o por omisión. Por líder
estúpido o por masa gregaria. Sin esclavos no habría tiranos, y sin ovejas no
habría lobos. El problema de la educación en Argentina por ejemplo, se llama
políticos analfabetos y populismo estúpido. Y así le sigue yendo al país.
Argentina no va a mejorar nunca mientras continúe así, porque es un sistema
hecho para machacar el futuro.
Argentina es un país enfermo
que ha ido degenerando desde que tengo uso de razón (y me limito a expresar una
opinión muy personal porque es exactamente lo que viví mientras estuve allí); el
pugilato visceral contra todo el que se opone, la violencia desmedida sin
sentido común, la cadencia cíclica de conflictos sociales, los desastres económicos
y el abandono cultural. Esa famosa “brecha”, de la que tanto hablan y que la
mayoría no tiene ni puta idea.
Mi país se transformó en algo demasiado mediocre. Y miren si habrá temas sórdidos para charlar. Bueno, este es uno de ellos.
Mi país se transformó en algo demasiado mediocre. Y miren si habrá temas sórdidos para charlar. Bueno, este es uno de ellos.
Un abrazo y esta canción...
No hay comentarios:
Publicar un comentario