Ocurrió en un pueblito de la costa oeste, en México.
Eran como las 4, la hora feliz en la pequeña playa de Xametla. La hamaca de fibra natural crujía bajo mi espalda curtida por el sol del Pacífico, y un intenso calor de siesta tropical lo devoraba todo.
Mas allá de las aguas color turquesa, se alzaban en el horizonte tres islas de piedra adornadas por una vegetación de selva verde y exuberante. Parecían tres perlas que brillaban en medio de una piscina azul cristal, como si alguna mano gigante las hubiera depositado allí, y olvidado de ellas para siempre.
Por la mañana, los pescadores habían recuperado las redes con su preciosa carga de peces coloridos y algunos caracoles de mar. Regresaban a la playa después de una larga madrugada de faena.
Nosotros habíamos llegado la mañana anterior, caminando por una ruta desierta después de atravesar unos campos sembrados de maíz, cargando al hombro nuestras enormes mochilas, lo que nos daba un aspecto de graciosos burritos de trabajo. Bajo el calor del mediodía nuestra piel brillaba en perlas de sudor, que bailaban en la brisa.
Por la mañana, los pescadores habían recuperado las redes con su preciosa carga de peces coloridos y algunos caracoles de mar. Regresaban a la playa después de una larga madrugada de faena.
Nosotros habíamos llegado la mañana anterior, caminando por una ruta desierta después de atravesar unos campos sembrados de maíz, cargando al hombro nuestras enormes mochilas, lo que nos daba un aspecto de graciosos burritos de trabajo. Bajo el calor del mediodía nuestra piel brillaba en perlas de sudor, que bailaban en la brisa.
Lucas Monges Ochoa estaba recostado sobre una hamaca debajo de una choza de techo de palmas y postes de palo. La dentadura de plata le brillaba en cada sonrisa que su alegre rostro expresaba, surcado por arrugas que las duras jornadas de trabajo le había creado. Unos bigotes cortos de pelos aclarados por el sol, engañaban su edad y le hacían perecer aún mas viejo. Aparentaba mas de los 35 que tenía.
Con el sombrero de alas anchas cayendole sobre la cara, se parecía a ese Emiliano Zapata que yo había visto mas atrás, en un cartel amarillento que colgaba entre las frutas de un mercado de pueblo.
Lucas me contó sobre su vida. Habló de lo sencillo y de lo natural que era vivir en la playa, junto al mar que le daba de comer...
Lucas me contó sobre su vida. Habló de lo sencillo y de lo natural que era vivir en la playa, junto al mar que le daba de comer...
"Yo soy albañil señor, y de los buenos", me dijo.
"Soy fabricante de PALAPAS, que son estas casas de palmera que usted ve aquí. Puro pa darle de comer a la familia nomás señor, tengo mi arpón y pesco en aquella islita del frente, mire", continuó. "Ayer saqué un mero de este tamaño. ¿Pa que quiero más? la costa me da todo, vea. Es mejor que estar jalándole al trabajo en el campo"...
El hombre era un obrero, de esos miles que habitan en la América Latina y abandonan sus cosechas para dedicarse a otras cosas, otras actividades para subsistir.
Lucas había nacido en San Mateo, una pequeña población agrícola del estado de Jalisco y emigró de su pueblo en busca de un mejor trabajo.
"En los campos y en los pueblos se muere uno de hambre señor"...
"Si se queda uno termina chingando a su madre", repetía el hombre en una dolorosa letanía.
El hombre había trabajado en la cosecha del agave, una planta originaria de la región de Jalisco con la que se produce el licor de tequila. Pero a mucho trabajo era poca la paga. Por eso tuvo que emigrar, mutando de oficio como un camaleón que cambia su piel.
Los peones se desloman día y noche bajo el sol para ganar algunas monedas que se gastan como el agua en los abarrotes, despensas y tiendas.
Los salarios rurales en estas comarcas del mundo, como en el resto del continente, son miserables. Los campesinos de las haciendas viven con salarios invisibles y oprimidos bajo el eterno yugo de un latifundio casi feudal, como también de un gobierno ausente. En la tierra del maíz y de las frutas, el índice de niños desnutridos aumenta en forma alarmante, día tras día, muerte tras muerte. Y a nadie le importa. La impunidad es la enfermedad de los pueblos.
En las tiendas y mercados se venden productos que para el ingreso del campesino promedio, tienen precios de fábula. Frijoles, harina y aguardiente son las bases de su alimentación, por eso hay quienes, como Lucas, deciden buscar la costa para poder comer pescado y obtener así algo de proteínas.
México es un país usurpado, arrasado, desprestigiado, y la violencia es producto del consumo importado de la droga y del terror.
Todo a lo largo de la historia, ha sido saqueado y ultrajada su soberanía, desde Hernán Cortés hasta el vasallo político de Porfirio Diaz, desde la lucha libertadora de Emiliano Zapata en el sur hasta la expulsión de los inmigrantes en la frontera con Estados Unidos.
La conquista de México empezó siendo una guerra del agua, y la derrota del agua anunció la derrota de todo lo demás.
En 1521, Hernán Cortés, el colonizador español, puso sitio a Tenochtitlán que era la ciudad capital del imperio Mexica. Lo primero que hizo fue romper a golpes de hacha el acueducto que llevaba el agua, el agua de beber. Y cuando la ciudad cayó, al cabo de mucha matanza, Cortés mandó a demoler los templos y los palacios, y echó los escombros a las calles de agua.
A España no le gustaba el agua, que era cosa del diablo, herejía musulmana, y del agua vencida nació la ciudad de México, alzada sobre las ruinas.
Ahora, la ciudad capital del país muere de sed. En busca de agua escarba, se hunde. Donde había aire, hay polvo. Donde corría el agua, corren los autos.
Unos cuantos años mas acá, en 1845, los Estados Unidos se habían anexado los territorios mexicanos de Texas y California, donde impusieron la esclavitud en nombre de la civilización. Y en esa guerra México también perdió los actuales estados norteamericanos de Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada y Utah. Mas de la mitad del territorio mexicano quedó bajo dominio extranjero. La cantidad de tierra robada equivale a la extensión actual de mi país, la Argentina.
Este es un país atrapante que huele a maíz, a burritos, a aguas frescas, a pueblos viejos y a desierto. Todo eso mezcla para darle un matiz personal, autóctono y único. En el país de la abundancia también existe el hambre y el abandono. Al decir de Galeano: "Pobrecito México! tan lejos de Dios y tan cerca de Estados unidos"
Descubrí esos lugares tan bellos y a la vez impactantes antes de viajar mas al sur, rumbo a Guatemala.
Las revoluciones son el producto de la opresión sistemática de pueblos tan nobles como estos. El consumismo eclipsa a las sociedades rurales organizadas, condenando sus futuros a mendigar migajas. México es noble. México calla y aguanta todo. Es uno de tantos pueblos sometidos a la colonia forastera. Pueblo resistente y guerrero, en la lucha fue concebido y en la lucha vive.
Ese relato de Lucas, me había enseñado mucho.
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