"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

viernes, 15 de enero de 2016

Argentinos

Estamos aquí y allá, en todos lados nosotros, todos juntos pero a la vez separados, porque así somos, gente propensa a enemistades eternas, pero también a romances perpetuos: argentinos.
Los que aguantan dentro o los que extrañamos fuera, siempre, un pueblo así grandote, como quien abraza un árbol grueso. 
País pedazo de tierra, de pampas enormes desplegadas en el sur de todas las pampas, en el final de todos los mapas, en el fondo de todas las costas de la mar.
Argentina: palabra limpia que me recuerda a mi vieja, que sugiere plata, flores amarillas, calles polvorosas de un interior profundo, cunetas, veredas, bares, plazas, un almacén para borrachos en la esquina, y un puterío de minas malogradas por la vida. 
El barrio, el tango, los muchachos, esa pequeña niña tonta por la que has vibrado en la infancia, la cumbia, el chamamé, el malambo, el punga y la gurisada. El guiso, el puchero, la cancha, y el mate verde que consuela, lavando lágrimas de risas, nostalgias o martirios, aunque no lo tomes mucho, como yo. Pero sabes que está allí, siempre esperando, y entonces tranquiliza.
Argentina es un lugar donde los vientos del oeste han forjado su cuero de montañas, protegiendo los valles fértiles del centro, y por el este el mar ha sucumbido, en las múltiples arenas de sus costas. El norte habla en guaraní, en quechua y en portugués, mientras que el sur se cae sobre el hielo, y se pierde en el mar entre brumas y neblinas, igual que en Gwynedd, Gales, el condado de Lewis jones.
Te quiero, país de la amargura y de la risa, tirado como gato panza arriba, cuna de Perón, de Sabato, de Borges, de malevos, hogar imaginario de Cortázar, de anarquistas, de corruptos y de héroes, de escritores, poetas y soldados, de milicos, de comunistas y de putas, de tilingas, de pobres diablos que sueñan con ser señores, de señores vestidos de bastardos. 
País patas arriba, cuna de payasos disfrazados de reyes y bufones, de buscavidas, de negros que se creen blancos, de blancos que sueñan con el eterno carnaval de los morochos.
Mestizos e inmigrantes conviviendo todos juntos, gitanos de múltiples caminos chupando el mismo mate, lavando el tiempo y las rencillas. El pasado.
Y entonces llega el día en el que estamos todos juntos, en despedidas o en regresos, rodeando un pozo largo o una chapa vieja en donde crujen brasas rojas, en torno a costillares tiernos de animales nobles liquidados por hombres buenos. La Argentina se convierte de un plumazo en esos gauchos que recuerdo y que conozco; estaqueadores rústicos del asado tempranero en pleno campo, armados con filos de fierro o estacas de madera. Ese es el país que desde lejos llevo pegado a mi nariz y que me gusta recordar: un país de chorizos y de carnes abiertas chorreando grasa sobre un fuego que crepita,
un país donde a veces solo la yerba es el pan de un pueblo entero, y la carne se transforma en el eterno sueño del pobrerío que espera a veces hambreado, esperando siempre en realidad, nomás.
Y también están los otros, los que sueñan desde lejos con esa peculiar comunión sabrosa de carnes y resplandores, envueltos en el tibio recuerdo de aquella humedad salada, aparentemente unidos, riendo y masticando, pelando huesos con cuchillos, al sol del campo o a la sombra de una mesa en donde reina el vino tinto, la panera y el sifón, haciendo fuerzas para pasar a la final del fútbol o del rugby o de la política o de las cartas o de lo que sea, y luego terminan siendo siempre los sub-campeones en todo, o en la mayoría de las cosas.
Argentinos: los que se las saben todas, los vivos, los cafishios, los curas, los maestros y atorrantes, los chorros y los laicos, los creyentes de la izquierda o la derecha, todos juntos pero a la vez separados.
Argentinos: gente rara criticando, egocéntricamente solidaria, gremialistas, chupamedias y obsecuentes, brutos, literatos y valientes luchadores, hidalgos, estafadores, transas y anarco-peronistas, contradicciones con patas, pavotes que calientan pavas, y que ceban espumosos brebajes. Los extraño pero a la vez los rechazo; filósofos lectores de Hesse, esperando eternamente a que todo cambie de repente, pero nunca cambia nada.Y mientras tanto votan, se van, pelean, putean, vuelven, boxean, se abrazan, se juntan y se vuelven a rechazar, eternamente. Ser argentino es extrañar siempre algo, aunque estés adentro. 
Ser argentino es estar tristedijo Cortázar.
Ser argentino es no rendirse. Es estar lejos y no decir "mañana vuelvo", porque basta con ser flojo un rato ahora y listo. Porque después se te pasa y todo sigue.
Todo pasa. Porque el que afloja pierde. Porque el aguante puede ser a veces un amigo que ni habla tu idioma pero te invita una cerveza. Y sin saberlo te ayudó a sacudir el mambo que llevas en la cabeza
Salud, compatriotas argentinos. A los que arrastraron hacia afuera la eterna pena de extrañar los laureles conseguidos por los viejos extinguidos de bigotes y galeras; y a los que siguen jurando desde adentro con gloria morir, todos los días.

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