"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

domingo, 10 de enero de 2016

Guadalajara es beto Rodriguez


Ocurrió en Guadalajara, México.
Recuerdo que una noche vi esta foto pegada en un cartel del bulevar de la avenida Chapultepec. Y entonces ahora todo se me viene a la cabeza nuevamente y por eso lo estoy contando, porque por un momento siento que estoy allí de nuevo. Es que a esa ciudad, en esa parte del mundo, la siento siempre como mi casa, aunque me haya ido hace un tiempo.
Chapultepec era una avenida de dos carriles, corta pero muy viva, con muchos bares y tabernas bulliciosas que en la penumbra de las noches encendían sus lucecillas de colores, llenos de música de mariachi, de rumbas cubanas o de violines gitanos. Allí se tomaba mucho tequila y se comía cosas exquisitas, mientras se charlaba amigablemente.
Mexicanos y gente de todo el mundo hablaban de la vida, hacían sus negocios o urdían sus intrigas sentados en aquellos lugares, fumando y hablando en sus lenguas, jergas o dialectos. Y abajo, en la calle, se mezclaban las señoras y señores acartonados con los nativos huicholes que vendían artesanías, las muchachas bellas de pasos apurados con los vagos tatuados de cráneos rapados venidos de los barrios que guiñaban los ojos y levantaban sus cabeza al cielo, y los autos de lujo con las manos anónimas de marcados por la vida que pedían monedas, manos negras como las garras de un águila, agradecidas de que el sol se hubiera vuelto a poner.
Toda esa gente iba y venía por los andadores llenos de árboles de tabachines añejos y de jacarandáes en los camellones. Señoras gordas ofrecían tacos grasientos en las esquinas, y los aromas del cilantro, de las flores de jamaica, de las tortillas de maíz y de los frijoles, inundaban el aire del lugar.
Era un sitio de juegos pintorescos y de divagaciones coloridas, de gente bailando ritmos caribeños los miércoles por la tarde, y de chicas y muchachos que hacía malabares con sus patinetas, escuchando música en sus grandes casseteras al estilo de los 90s.
La noche que vi este cartel en la avenida me dio risa de verlo ahí pegado, porque el tipo de la foto, el muchacho de los bigotes a lo Zapata, era mi amigo, y porque cuando uno conoce a una persona así de sencilla y de risueña siempre lo asocia con eso: con que la vida tuya y la de tus pares es siempre anónima y tranquila, y que parece tan raro que en ese entorno personal todos pongan atención. Es como imaginarse a uno mismo actuando en una película.
Las miles de personas que pasaban se paraban a leer el mensaje escrito allí en la foto, y hoy lo comparto para que todos los lectores de este lado del mundo también lo puedan ver.
Si ahora lo tuviera al amigo beto enfrente le diría gracias, por hacerme recordar con esta foto el tiempo vivido en aquella bella ciudad suya.
Este es uno de los agradables recuerdos que me quedan de tantos caminos andados, y de la buena gente que me ha tocado conocer.

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