"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

domingo, 10 de enero de 2016

Marcela

Ocurrió en Santa María Sacatepéquez, Guatemala.
Eran los primeros días de noviembre. No muy lejos de ahí, se sabía que el verano había empezado a morir. El calor estaba impregnado por un olor rico a tierra mojada, y se anunciaba que pronto las lluvias caerían como disparos de fusil, y que las ceibas se quedarían desnudas de hojas.
No muy lejos de ahí, una ciudad olía a tortillas grasientas y a comidas hechas con maíz. El invierno llegaba. Se acortaban los días.
Yo había llegado ahí más por necesidad que por gusto. Medio escapado, medio curioso, me  sorprendió la cara de un indio que cantaba en un idioma raro, bajo el alero de una parada de camiones.
Caminé entre las sucias calles del mercado y ví, a lo lejos, un opaco rancherío de latas herrumbradas. Ahí les dicen chabolas, lo que en Brasil se llaman favelas, y en mi país villas miseria.
Entonces la vi jugando con una ruedita frente a una pared amarilla, color de mostaza. Si Marcela pudiera, me contaría que en su barrio los niños no tienen domingos, ni copas de leche, ni juguetes, ni zapatos. Me contaría que eso es duro de llevar, pero es duro solamente durante el día porque a la noche es mas fácil, cuando el sueño oculta el hambre. Además, Marcela me diría que la noche es mejor no mirarla desde allá, porque no vale la pena.
Si Marcela pudiera, me contaría que es hija de campesinos que han sido brutalmente arrancados de la tierra y se han desintegrado en la ciudad. Y me contaría que entre la cuna y la tumba, el hambre, las enfermedades o las balas, abrevian el viaje.
Marcela cantaba, saludaba a una mariposa. Ella no entendía cosas de grandes, de política, de religión, de malicia. No necesitaba nada de eso en su pequeño universo de colores.
Marcela solo fruncía el ceño cuando la panza le hacía ruidos raros o la mariposa volaba muy alto.
Tenía tres años. Esa es la edad en la que somos todos paganos, y en la que somos todos poetas.

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