"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

domingo, 10 de enero de 2016

Vicki


Ocurrió en Belice.
Vicki tenía la belleza indolente de las mujeres del trópico. En un bar la vi, y me regaló una sonrisa. 
Furtiva y exótica, indomable y curiosa, mitad caoba y mitad humana, ébano hermoso traído desde lejos en barcos de madera, barcos de negros, barcos de nadie. 
Sus antepasados embarcaron en las carabelas y en los galeones de los corsarios dueños de la tierra y de todos los humanos que en ella habitaban.
Viajaban empujados por esos caporales blancos (portugueses, españoles o franceses), que azotaban sus espaldas con lonjas de cuero, encadenados unos a otros como animales, semidesnudos todos ellos, con los músculos al viento y el plexo cubierto por perlas de sudor, perlas de plata. Era la humedad producida por el miedo.
Zarpaban desde la isla de Gorée, en Senegal, la puerta sin retorno para los esclavos africanos con un destino incierto rumbo a las Américas y a Europa.
Y así llegaban atados, sufriendo, muriendo, sobreviviendo, a las costas del Caribe. Y plantaban allí su semilla, y revivían sus costumbres, y se movían con su danza, y practicaban su credo.
Belice es, desde hace siglos, uno de los enclaves para estos inmigrantes, forzados pobladores de una tierra semejante al paraíso, o al infierno.
Las mujeres de ese lugar casi siempre regalan sonrisas, porque (como en África), en el trópico habita la luz, y la luz es vida, y la luz es alegría y es esperanza.
Los días son largos, y el sol cae vertical sobre la cabeza y sobre el alma de la gente.
Las noches son calientes, mas de lo soportable, y las mujeres en los burdeles, siempre receptivas, se paran en los umbrales de las puertas a esperar hombres con las piernas cruzadas, los labios abiertos y una mirada cómplice con extraños aires asiáticos.

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