Aldea de Huai Tong, muy cerca del río Mekong, ubicada en medio de la selva en la frontera entre Tailandia y Laos. Allí doy con una anciana que me permite hacerle una foto.
Está de pie frente a una choza, parada sobre el suelo de tierra pelado y rojo. Tiene el rostro marcado por rasgos duros y lleva la cabeza cubierta con un bonete negro. Pertenece a la tribu de los Yao, traficantes de opio chino que provienen del Yunnan. Sus antepasados saquearon y quemaron las aldeas de Laos, y hasta llegaron a apoderarse de su antigua capital, Luang Prabang. En su bolsa, la vieja lleva pequeñas balanzas de marfil y medidas de peso birmanas, que tienen la forma de un gallo. Las usa para pesar el opio.Los hombres de la aldea son buenos baqueanos de la selva y expertos en el manejo del machete y de las canoas en el río. Eran hábiles para mantener la guerra de guerrillas durante meses, porque sabían cazar y conocían todos los senderos. A los norteamericanos les simpatizaron los Yao durante la guerra de Vietnam porque decían que ellos eran los mejores bandidos de la región. Les caían bien porque (igual que los mercenarios), siempre son los bandidos los que mejor hacen las guerras ajenas, y además porque jamás se quejan.
Generalmente los bandidos son estoicos. Nunca reclaman nada.
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