"Los que pueden, actúan. Los que no pueden y sufren por ello, escriben. El acto de escribir, constituye una de las acciones mas profundas del sentir del ser humano. Ayuda a quemar la grasa del alma"

Ernest Hemingway.

domingo, 19 de febrero de 2017

Buenos y malos


Estoy seguro de que a ustedes también les habrá pasado alguna vez. En ocasiones, una simple palabra, una frase, una imagen, desencadenan una serie de recuerdos gratos o ingratos. En este caso fueron de los dos. Me ocurrió hace unos pocos días, hablando con un amigo acerca de la crisis económica, de las fronteras y de los azares migratorios que a veces tocan ver o vivir por allí.
Este amigo había dicho una cosa como: "no es un sitio para débiles", o algo así.
Entonces el comentario me salió de forma automática: "que mundo de mierda", dije. Luego, tras un instante, caí en la cuenta de que no para todos es así. Que a algunos todavía les queda la esperanza de que algo cambie. Pero mi primera asociación de recuerdos (y debe ser por las malas fotos que conservo en la cabeza o por las sensaciones que me quedan), me llevó a responder eso. Creo que después de todo soy un tipo afortunado y que al final, aquéllas aventuras terminaron siendo solo horas dichosas, supongo.

Como les contaba, hablábamos con este amigo acerca de sitios realmente duros en el planeta y de lo lejos que nos parece todo cuando vivimos desconectados de ciertas realidades, abstraídos en nuestros pequeños universos personales.  Yo le decía que a veces son curiosas las cosas que nos terminan afectando, y que, por ejemplo, cuando uno se encamina a una zona de conflicto piensa que luego no podrá dormir por los muertos que verá allá. Pero al final la cosa resulta ser mucho más inesperada, y son otras las cuestiones que terminan tomándote desprevenido. Son esas cosas las que, al final, terminan trastornando un poco la cabeza.

Creo que puedo decir que una de las cosas que más me han impresionado en mi vida no ocurrió precisamente en una zona en guerra. Fue hace un tiempo largo en un barrio de las afueras de Cusco, en el Perú, cuando conocí a Marcos, un niño de nueve años que vendía velas y limpiaba zapatos en la plaza de armas de la ciudad vieja. Era el hijo huérfano de unos campesinos que habían sido brutalmente arrancados de la tierra y se habían desintegrado en la ciudad. Vivía con una tía que tenía seis hijos y que cocinaba anticuchos y lavaba ropas ajenas a cambio de un salario mensual equivalente a 180 Euros.

La conversación con aquel niño fue para mi mucho mas impactante, más sorprendente y más reveladora que ninguna otra situación vivida en otras zonas de conflicto. Y, al tiempo, después de haber tenido la oportunidad maravillosa de vivir esa experiencia, comencé a pensar en lo fuerte que podía ser realmente el ser humano. 
Fue allí que me di cuenta de que este mundo de mierda en que vivimos no es lugar para débiles, y que a la hora de sobrevivir bajo presión, las personas tendemos a ser un poco como los perros: olemos el peligro a nuestro alrededor y nos olemos entre nosotros, para saber donde atacar o hacia que dirección seguir corriendo, en caso de. 
Es muy básico en realidad, pero es lo que pienso. Igual que los perros, el ser humano enfrentado a situaciones realmente extremas busca abrazarse a otros seres que están preparados, que tienen algo dentro que los entiende, que abrazan esa experiencia dura por la que están pasando. Eso es a lo que llamo "sobrevivir".

A veces uno tiene el privilegio de plantarse frente a alguien que es gigante, como lo era Marcos, y entonces uno se da cuenta de lo pequeño que es, y que básicamente lo que tienes que hacer en ese momento es callarte la boca y escucharlo, darte cuenta de que estás frente a una realidad que es imposible de no ver. Aquella tarde en la sierra frente a aquel niño que limpiaba zapatos me estremecí como no recuerdo haberlo hecho antes o en otra oportunidad. Ahí me di cuenta de que poder ver y contar aquello, de tener el privilegio de conocer a esas personas y de compartir con ellas, era un regalo.

Y ahora tal vez venga la parte buena de este cuento. A pesar de que en el mundo hay muchos bastardos, yo intento no creer en ellos. Ni en ellos ni en los otros imbéciles que se dicen buenos. Trato de pensar mas bien que el mundo es como el cine: en las películas, si el bueno  es muy bueno y el malo es muy malo, lo que termina siendo malo es la película.
Entonces yo creo mucho en los grises, en las personas que cuentan las cosas como son por mas que duelan y no en los que especulan con el dolor ajeno para ganarse una buena reputación. En lo posible, intento no justificar a las personas con las que me toca hablar, trato de no juzgar. Oigan, dije trato, pero sigo siendo humano y algunas veces me cuesta bastante.

Creo, sinceramente, que todos llevamos la maldad adentro. Y no es preciso hacer tanto esfuerzo para darse cuenta de ello. Uno se asoma en internet al foro de un diario deportivo y ve como la gente tarda tres o cuatro comentarios en llamarse "hijo de puta, ojalá te mueras". La violencia y la maldad es algo que tenemos dentro y que vivimos todos, sin excepción. Porque yo también soy bueno algunas veces y otras veces malo, sépanlo.
Todos somos todo al mismo tiempo, y en este tiempo en el que la ficción de la tele (por ejemplo), crea unos personajes tan extraños por los que no sabemos que sentir, el periodismo, que debería ser el verdadero especialista en esos grises de la naturaleza humana, camina muchas veces hacia la "comida masticada", hacia esa opinión fácil de contar solamente lo que la gente quiere oír, de decirles todo aquello que tienen que pensar, según ellos. Pienso que todos deberíamos de confrontar contra esa complejidad de comodidad, que al final nos esclaviza.

En todo el mundo pasa lo mismo, y me refiero a todo el jodido planeta. El sistema de medios de un país como Argentina, por ejemplo, no está hecho para informar sino para reforzar todo aquello que la gente piensa: ser de derecha o ser de izquierda, leer Clarín, leer La Nación o no leer un carajo, directamente, y que todo el resto te importe una mierda. Para mi, todo eso no habla más que de una sociedad enferma.

Lamento haber perdido contacto con aquel nene de la sierra peruana, con Marcos. Es difícil imaginarme como estará ahora, si vivirá o no y si vive que andará haciendo. Saber si dentro de unos años será el hombre más honesto o el más piadoso o un nuevo y perfecto hijo de puta. Pero de lo que no me cabe duda es de que, cuando lo conocí, era un niño valiente.    



1 comentario:

  1. Todos tenemos de todo un poco adentro. Lo bueno, lo mano, lo feo y lo no tanto. Y es así de simple y complejo como el libre albedrío nos inspire. Tan simple como la elección que hagamos frente a las circunstancias que nos tocan y tan complejo como no dejarnos arrastrar. El único secreto es tener la certeza (fe o como quieras llamarlo) de que de todo desastre siempre, siempre, tenemos la posibilidad de construir algo bello. Comprender que la circunstancia solo define tu destino si la dejás es el mejor de los regalos que podemos hacernos. Y eso, sin duda, solo es cosa de valientes. Porque para lograrlo no te queda otra que mirarte y dejarte ver la mierda que podés tener adentro para decirle "flaca no seas tan hija de puta" y dejarle al hijo de puta que pase de largo, que pase de vos. Total... el mundo es mucho más grande que un montón de "hijos de puta". Reflexión: si todo en el universo actúa en un constante equilibrio de opuestos, debe ser que por cada malo más malo hay un bueno muy bueno ¿no?. Hermoso Marcos... ojalá siga siendo un gigante valiente.

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